Los prisioneros «fantasma»

Rebelión.org informaba hace unos días acerca de un documento, realizado por un grupo independiente de expertos de las Naciones Unidas, en el cual se alerta sobre la utilización sistemática de detenciones secretas como estrategia en la llamada lucha antiterrorista, que amenaza con convertirse, debido a la extensión y naturaleza de dichas prácticas, en crímenes de lesa humanidad.

Todos recordarán que hace algunos años un escándalo de enorme relevancia inundó las portadas de los periódicos del mundo poniendo fin a cualquier pretensión “humanista” de la Europa economicista que los tecnócratas le robaron a los idealistas de antaño y a una izquierda paralizada por el éxito neoliberal. Una manera incuestionada de ser en el mundo parecía ser el destino al que estábamos todos llamados. Sólo bastaba reducir al orden a los díscolos del planeta, y alcanzaríamos el cénit de la historia en el que el capitalismo del libre mercado y la democracia liberal, decían, se daban la mano para siempre jamás.

Sin embargo, en aquellos días descubrimos que el neoliberalismo y la democracia no se llevan muy bien cuando se pretenden en el mismo paquete. En esos días aún aciagos, cuando aún la población del Atlántico Norte permanecía sumida en la ilusión de un crecimiento flotante, cuando aún no había caído en la cuenta que la sombra que se aproximaba amenazante era la del ave que anunciaba su propia debacle que acabaría por mucho tiempo con las arrogancias de una seguridad autista; en esos días – digo – cuando aún los intelectuales y los políticos de la derecha de siempre y los progresistas conversos vivían de los dividendos que el derrumbe del bloque soviético les había regalado, y danzaban eufóricos los ritmos afiebrados de los noventa y los post-noventa más duros, más crueles pero igualmente prometedores; en esos días en los que el grotesco imperialismo estadounidense era repudiado por todos sin que por ello pusiéramos en cuestión nuestro estilo «americanizado» de vida, nuestra cómplice participación en el diseño y puesta en práctica de una maquinaria asesina que acabaría cayendo sobre nosotros muy pronto; en aquellos días – vuelvo a decir – fue que Condi Rice visitó la Europa vetusta y denostada, la Europa asomada a su propio abismo para darle el toque de gracia que acabaría para siempre con sus ilusiones civilizacionales.

¿Qué es lo que vino a decir Condi Rice entonces? Bueno, vino a decirle a la opinión pública europea, a la engreída y culta Europa de los derechos humanos, que las denuncias que se habían realizado contra “América”, contra la política antiterrorista promovida por los Estados Unidos de América, contra una estrategia sistemática de detenciones ilegales y secretas, no cabía negarlas. No, todo lo que se decía de «América» era más o menos cierto, pero había algo más, había que agregar que en esas prácticas de la inteligencia estadounidense, la CIA había tenido excelentes cómplices. Y ¿quiénes eran dichos cómplices?, los mismos gobiernos que ahora, presionados internamente, se llenaban la boca hablando de derechos humanos y se atrevían a sermonear al gran amigo americano.

Sí, “América” había tomado la determinación soberana de construir una cárcel como Guantánamo para salvar a “América” del terror. Sí, “América” había decidido subcontratar a agentes sanguinarios y poco escrupulosos en países lejanos para realizar el trabajo que la propia legislación estadounidense prohibía con letras mayúsculas. Sí, “América” había dado permiso incondicional a sus fieles agentes para realizar una guerra sucia contra el terror, deteniendo sospechosos secretamente, haciéndolos desaparecer, trasladándolos a lugares imposibles de rastrear y sometiéndolos a experimentos destinados a quebrantar la voluntad de los mismos por medio de la manipulación de sus cuerpos y sus mentes.

Todo esto, venía a decir Condi Rice, era perfectamente cierto, pero “América” no había estado sóla en este asunto. Europa no sólo había dado autorización para que se realizaran vuelos con prisioneros «fantasma» a través de su territorio. No sólo había autorizado la utilización de sus bases aéreas, sino que había participado de dichas operaciones con sus propios agentes de inteligencia en muchos casos.

Fuimos muchos los que entonces participamos en el debate público que se desató en torno al asunto, pero quizá, lo que no preguntamos suficientemente, lo que olvidamos en el calor de la batalla dialéctica, lo que dejamos pasar en medio de nuestra indignación, es que los cientos, quizá miles de detenidos que fueron encarcelados en mazmorras y sometidos a esos experimentos físicos y psicológicos de los que podemos darnos una idea por lo que se ha dado a conocer sin sonrojo alguno por parte de sus responsables, aún continúan desaparecidos. ¿Quiénes son? ¿Cuántos son? ¿Por qué razón están allí? ¿Dónde se encuentran?

La guerra contra el terror es también una guerra que promueve el terror. Es una guerra contra otros mundos posibles, a favor de un mundo imposible. Es la guerra del capital contra la democracia. Es la ruptura definitiva que desenmascara hasta qué punto los estamentos de la empresa capitalista se encuentran divorciados de la libertad que imaginó nuestra civilización.