En cierto modo, debería bastar con los comentarios vertidos por el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, desde el comienzo mismo de su mandato, acerca de las colectividades inmigrantes, para que las personas de bien se alejen de cualquier tentación de lealtad electoral hacia él y a sus colegas de partido.
Pero el problema es que la gente de bien en Argentina es más o menos como Macri. Y aunque puede que guarden sus comentarios xenófobos para su círculo íntimo de chismosos y bromistas, demasiados son los que opinan que los bolivianos, peruanos y paraguayos que rodean nuestras fronteras, y otros «morochos» latinoamericanos que no hayan probado con sus cuentas bancarias y modales de sobremesa su distinción de clase, deberían ser desaparecidos de la faz de nuestra tierra.
Hagamos transparente el discurso de esta gente de bien que tanto nos conmueve. Traduzcamos el contenido esencial del mensaje que promueven. Para ellos, estos hongos pestilentes que afloran en nuestras ciudades de manera descontrolada sólo tienen derecho a la presencia cuando son concertadamente invisibilizados, es decir, sujetos a la servidumbre que les impone su convivencia con nosotros. Esto se logra haciendo uso del consabido recurso que conceden todas las construcciones ideológicas que se fundan en una distorsionada explicación de la existencia en términos de jerarquías naturales. Es conocido por todos que la «raza» argentina, eminentemente europea y europeizada en sus rasgos y modales, está muy por encima de esas razas inferiores que destiñen el continente con su coloración claramente indígena o mestiza.
En fin, los comentarios del Ingeniero Macri no sorprenden. Están en línea de continuidad con lo mejor de esa parte de la población de nuestra patria que hace gala de su xenofobia sin avergonzarse, y que es igual a la xenofobia de todos lados del mundo. Es la misma xenofobia que muestran, quienes en Europa, se rasgan las vestiduras frente a la invasión del moro y del chino y del sudaca, y se encuentra en la tradición más encomiable de perseguidores de gitanos, judíos, palestinos y tibetanos.
Es el acné de nuestra naturaleza humana. La maniobra fácil del débil convertido en poderoso. Es el gesto del maltratador, del aprovechado, del mediocre venido a más por la fortuna. Es la manera en la cual todos los “vivos” del mundo hacen sus votos, agitando a la bestia de las masas que todos, de una manera u otra, llevamos dentro.
La acumulación ferviente de maldad discursiva, pensada o impensada, que el macrismo acumula sin vergüenza, en despecho de la importancia que tiene el discurso en la conformación de la cultura y la convivencia, no puede esconderse tras las melifluas entonaciones del jefe de gobierno. Inculto en todo aquello que no tenga que ver con el dinero y la acumulación de poder, Macri representa la más frívola, pero no por ello menos peligrosa, manifestación de la política argentina.
Las disculpas que el presidente Evo Morales exigió de Macri por la estigmatización que el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires ha ayudado a generar en relación al colectivo de bolivianos y bolivianas que residen en nuestro país, debería exigirse también a todas las personas que en su palabra y en sus gestos muestran incomodidad o desprecio hacia los extranjeros.