La ofensiva gubernamental
La batalla cultural se vio truncada por un “efecto colateral” imprevisto: la desaparición (forzada) de Santiago Maldonado. La población se volcó a llorarlo y a exigir indignada su aparición.
Al gobierno, enroscado en su propio discurso negacionista, no se le ocurrió mejor idea que lanzar una ofensiva en toda regla. Mandó a reventar una marcha pacífica de manera torpe, sucia y evidente. Le soltó la cuerda a los perros policías que volvieron a traspasar los límites de la ley, deteniendo al voleo laburantes de prensa y extras, en una noche que estaba llamada a ser recordada con emoción en los próximos meses como una muestra de madurez de la ciudadanía, para transformarla en un verdadero aquelarre de violencia propia que quiso endilgar a los partidos políticos opositores, las organizaciones sociales y defensoras de los derechos humanos, y la ciudadanía en su conjunto, hoy desprotegida por un gobierno cerrado en sus trece, que estigmatiza a su propia población cuando reclama y protesta organizadamente para defender sus derechos.
Nostalgias procesistas
No les bastó la violencia en la calle. Las siguientes 48 horas, mientras los detenidos permanecían incomunicados de manera arbitraria (luego sabríamos que se había tratado, en todos los casos, según el propio fiscal de la causa, de una arbitrariedad mayúscula) los sabuesos de eso que se hace llamar a sí misma “prensa independiente,” pero que a esta hora no pasa de ser una agencia de publicidad política, más próximos a oficinas de un ministerio de incomunicación gubernamental que una empresa de noticias, comenzaron su trabajo de adoctrinamiento y amedrentamiento de telespectadores, oyentes y lectores de la prensa escrita.
La consigna era clara: volvieron los setenta, de la mano de grupos violentos izquierdistas, kirchnerista, anarquistas, mapuches y otros imaginarios aggiornados a la retórica del terrorismo internacional.
Hollywood en castellano
Los focos de resistencia armada empezaron lentamente a visualizarse. En pocas horas, la prensa multiplica amenazas en sus portales y sospechosos incidentes de falsa bandera. La rutina del terrorismo ha sido efectiva en otras latitudes. ¿Por qué no sería efectiva en nuestra patria? No importa si la única desgracia notoria de los últimos días es la desaparición de Santiago, a todas luces fruto de los abusos de las fuerzas de seguridad del Estado, con explícita complicidad de la ministra Bullrich y sus subordinados, especialmente Nocetti. El presidente, pese al silencio que lo incrimina, insiste con la estrategia autovictimizante.
La foto de Videla, Herrera de Noble y Mitre no fue un sueño
Los agentes de prensa más beligerantes y perversos, los Leuco, los Reato, los Majul, incluso los Montenegro y la comparsa de teloneros que conduce «Animales sueltos» o “Intratables”, se lanzaron a la ofensiva con evidente esmero. La acusación estuvo bien articulada y felizmente sincronizada: ¡Guerra! ¡Estamos en guerra!
Leuco la declaró sin pelos en la frente (ni en la lengua); Reato, amenazante, empuñó sus diatribas videlistas contra un dirigente joven que advertía la jugada del gobierno; Majul, el hombre de cartón, se vistió de indignación para identificar al monstruo kirchnerista detrás de todos los desmanes y resfríos de la patria; Montenegro, como otros de la misma calaña, voces de la “ancha avenida del medio,” que no le hacen asco a la traición moral, se escudaron en la equidistancia que habilita todas las arbitrariedades de quien tiene el exclusivo uso legítimo de la violencia.
Primavera negra
El país se apresta a una primavera negra. Cualquier loco puede activar el dispositivo que haga estallar la bomba que el ejecutivo (Macri & Co.) ha dejado imprudentemente en la vereda.
En cierto modo, lo de Macri es comprensible. Es un gobernante de época. Una perfecta ilustración del aspecto psicótico que adopta el poder político en la era avanzada de la gobernanza neoliberal.
Los estadounidenses adoptaron su Trump, quien, a su vez, sin demasiado esmero, encontró a su Kim Jong Un. Nosotros no podíamos ser menos.
Como dijo recientemente el escritor escritor Paul Auster sobre «su» presidente: “Es un psicópata incapaz de leer un libro.”
En eso también se parece peligrosamente a nuestro presidente.