Mi recuerdo del presente. Bella Vista, 24 de marzo de 2017

Los granjeros polacos

Hay una historia que siempre me impresionó. La historia de los granjeros polacos que vivían muy cerca de Auschwitz, el campo de concentración nazi donde fueron asesinados cientos de miles de judíos.

Cuenta Zizek que un judío que había logrado escapar, volvió al pueblo 30 años después del final de la guerra. Fue a conversar con sus vecinos acerca de lo ocurrido. Sentía curiosidad. También un enorme anhelo de entenderlos y justificarlos. Pero a sus preguntas, la mayoría respondía diciendo que no sabían exactamente lo que había pasado, o se negaban a hablar del asunto, o pensaban que los judíos tenían parte de la culpa por la suerte que les había tocado.

A quienes se prestaban a escucharlo, les preguntó: Pero, ¿ustedes no vieron el humo que salía de las chimeneas, los trenes cargando a los detenidos? ¿No sentían el olor de los cuerpos quemados que inundaban el ambiente? Los granjeros polacos decían no saber nada, o no querían saber, o decían que no era de su incumbencia.

Bella Vista, provincia de Buenos Aires

Mi familia tenía una casa de fin de semana en Bella Vista, un pequeño pueblo en la provincia de Buenos Aires, muy católico, donde se juega rugby. El pueblo está ubicado a unos pocos kilómetros del regimiento militar de Campo de Mayo. La mayoría de los habitantes del pueblo eran funcionarios de la Dictadura, o formaban parte de la justicia y simpatizaban con el Proceso.

Hace unos años volví. No fue algo planeado. Llevaba 25 años fuera del país, y las circunstancias me llevaron de regreso a los lugares de mi memoria. Como el judío de la historia de Zizek, cuando llegué al lugar sentí curiosidad, quise entender lo que esa gente pensaba ahora, después de 35 años.

Tuve ocasión de encontrarme con algunas de las personas que había conocido en mi infancia. Excepto unos pocos, la mayoría seguía viendo el mundo de manera muy semejante a la que recordaba. Incluso el vocabulario me era familiar. Seguían hablando de los comunistas y los subversivos como en la época de la dictadura.

En muchos sentidos, la historia de los granjeros polacos me impresionó mucho cuando se la escuché por primera vez a Zizek porque dice algo sobre mi propia experiencia con mucha de la gente que conocí en mi niñez. Para ellos es como si el tiempo se hubiera detenido para siempre en esa época. Dicen que hay que mirar hacia el futuro, pero viven anclados en el pasado. Y aunque hacen un esfuerzo terrible por olvidar, el resentimiento y el odio que sienten los mantienen atrapados en el horror que colaboraron en crear.

El hospital militar

Muy cerca de Bella Vista está el Regimiento Militar de Campo de Mayo. En su interior, el famoso y ominoso Hospital Militar donde numerosas mujeres embarazadas fueron detenidas y torturadas. La historia es conocida. A estas mujeres les permitieron parir a sus hijos, pero luego se los arrebataron y las asesinaron.

¿Quién puede olvidar la confesión del ex-capitán Scilingo, uno de los pilotos de los llamados «vuelos de la muerte», que en 1995 contó como drogaban a las detenidas, para luego echarlas al río de la Plata, desnudas, vivas, para evitar que los cadáveres flotaran y llegaran a la orilla de Uruguay?. El General Lanusse dio testimonio de ello durante el juicio a la Junta declarando contra los excomandantes porque le habían matado a su prima, y habían encontrado su cadáver en el río.

Entonces, me pregunto: ¿Cómo es posible que en ese pueblo de «granjeros polacos», que veneran a la Virgen con tanta devoción, puedan seguir creyendo que el horror que vivieron esas mujeres pueda justificarse?

Así somos los seres humanos. Somos como los granjeros polacos. Brutos e insensibles… y eso duele. Y hoy duele un poquito más, porque algunas de las personas de Bella Vista que conocí en mi infancia, algunas madres y padres católicos y sus hijos, publican hoy mensajes ofensivos y absurdos que hieren la consciencia.

Los domingos, los granjeros polacos se visten de seda y van a misa. Escuchan desde que nacieron la parábola del buen samaritano. Dicen ser discípulos de Jesús de Nazareth, pero hoy no pueden honrar a las mujeres violadas, a quienes arrancaron sus hijos de las entrañas, a quienes violaron y asesinaron ahogando en el río, porque son demasiado «buenas», demasiado «decentes», demasiado «cristianas», para reconocer el horror y la crueldad de la que (lo sabemos) de un modo u otro, fuimos parte y cómplices.