Mauricio Macri está en los Estados Unidos. Las pantallas de televisión (en la Argentina) repiten insistentemente los detalles de su visita.
Entre los dos hombres, a diferencia de lo ocurrido en otras ocasiones oficiales precedentes, hay una historia anterior en la que los encontramos reunidos cuando ellos aun no se dedicaban a la política.
Se conocieron en Nueva York. Entablaron una larga y lucrativa amistad sellada por los negocios inmobiliarios. Sabemos que Macri lo admiraba. Él mismo lo manifestó a la prensa en una entrevista memorable en la que dejó plasmada su fascinación casi infantil por el caracter inescrupuloso y atrevido de quien se convertiría en el presidente estadounidense más odiado de la historia.
Las anécdotas que contó Macri en aquella ocasión sobre sus encuentros con el magnate nos permiten imaginar esta página «barroca» de la historia argentina: el taimado, xenófobo y machista magnate neoyorkino, y el avaricioso descendiente de un mafioso calabrés tenían química. Los historiadores tendrán que documentar que otras cosas compartieron entre bromas subidas de tono y gestos de arrogancia los futuros presidentes.
En los primeros minutos de su actual reencuentro en la Casa Blanca coincidieron en lo estrambótico de la situación. Efectivamente, la cita presidencial tenía algo de «inconcebible». Era inimaginable entonces que volverían a verse cara a cara como jefes de Estado de sus respectivos países esos dos empresarios ambiciosos, corruptos, a quienes no les temblaba la mano a la hora de corromper funcionarios y timar a sus conciudadanos. Si no fuera la realidad, sería una broma de mal gusto.
Pero la historia de la relación argentina-estadounidense es demasiado compleja y deficitaria para nuestro país (económica, política y culturalmente) como para reducirla a la contingencia de una amistad entre tramposos (sin que ello signifique en modo alguno que dicha amistad resulta irrelevante).
¿Cómo podríamos olvidar los oscuros tiempos de las llamadas «relaciones carnales» y a sus protagonistas? ¿Cómo olvidar lo que ha significado para nuestra gente y para nuestro país cada vez que nuestros líderes políticos se prestaron a la escenificación del «discípulo modélico» ante la potencia del norte?
Hoy, mientras el presidente Macri desfila por los pasillos de la Casa Blanca, obsequioso y genuflexo ante el presidente Trump, con un ojo puesto en las elecciones de octubre y otro en los negocios personales que les tiene preparado el destino, la pregunta que nos hacemos es la siguiente:
¿Cuál será la «moneda de cambio», el precio que deberemos pagar, para ser aceptados en esta nueva relación que nos propone este grupo de CEOs, «hombres» (y algunas mujeres), pero sobre todo «hombres» (machistas y xenófobos), que utilizan sin escrúpulos todos los recursos que tienen a la mano para su propio y exclusivo provecho?