¿Qué ayudan a ocultar los «cuadernos de Centeno» y las diligencias del fiscal Stornelli y el juez Bonadío? La estrategia no es nueva. Fue el caballito de batalla que llevó a Macri a la presidencia y a Vidal a la gobernación.
¿Acaso hemos olvidado lo que ocurrió con las dos megacausas que, primero, inyectaron a Cambiemos con la gasolina que aceleró su marcha hacia la Casa Rosada, y acabó de hundir al peronismo en la provincia de Buenos Aires? ¿Qué sabemos hoy de la causa de la muerte del fiscal Nisman y las acusaciones contra Anibal Fernández? Entonces, como ahora en el caso de los cuadernos, los periodistas del establishment daban fe de la solidez de las causas. Hoy sabemos que Nisman se pegó un tiro y de Anibal Fernández, si te he visto, no me acuerdo. En breve: operaciones mediático-judiciales como la que aparentemente está en marcha para condenar a la expresidenta Cristina Fernández. Las similitudes de las estrategias de proscripción encubierta en Brasil y Ecuador han sido repetidamente explicadas y suenan plausibles.
De este modo, interpreto el caso de los cuadernos (sin meterme en los detalles de la causa) como una estrategia más de distracción llevada a cabo por el mismo equipo que logró imponer a un presidente estafando a sus votantes (la seguidilla de contradicciones y mentiras se ha vuelto viral en las redes – basta con echar un vistazo al famoso debate entre Macri y Scioli para medir el tamaño de la infamia). En todo caso, lo que se oculta con todas estas tretas es la discusión de fondo: la lucha de clases.
En el caso del macrismo, la perspectiva es clara: «neoliberal» en un sentido transparente de su conceptualización. La apoteosis de cierta comprensión del sistema de mercado que se autodefine como desincrustado de la sociedad y, por ese motivo, se entiende impune frente a cualquier criterio de control extra-económico (ético, político o religioso). En contraposición, los sectores populares de la ciudadanía reivindican el imperativo de controlar a las fuerzas del mercado. Eso significa, como explica el Papa Francisco, por ejemplo, que «no todo está permitido».
El macrismo y los sectores populares (organizaciones sociales, sindicatos, la Iglesia católica social y políticamente militante, una parte del peronismo y el radicalismo alfonsinista, la izquierda en sus variopintas versiones y el kirchnerismo) miden sus fuerzas.
El macrismo pretende imponer su modelo como la «única alternativa» viable, después de haber creado las condiciones de la debalce que autoriza una reforma estructural de largo alcance para la cual no tiene el consenso necesario. Las fuerzas populares pretenden poner frente al modelo visibilizando su carácter excluyente y represivo. Es decir, poniendo en cuestión su legitimidad para tomar medidas de semejante magnitud que ponen en entredicho el futuro de todos. Sin embargo, la oposición está obligada a contenerse en su protesta (pese a que le va la vida en ello), debido a la distorsionante y malintencionada presión de los operadores mediáticos que acusan de golpismo cualquier crítica a la legitimidad de las políticas implementadas.
El órdago consiste en ceñir a la oposición institucionalmente, mientras se avanza tangencialmente en la construcción de una coyuntura en la que sea materialmente imposible desarmar la jugada. La carta del endeudamiento que facilitará el presupuesto de ajuste y hambre es en la que confían los estrategas del gobierno para declarar el hecho consumado.
Por el momento, el FMI se mantiene alerta frente al equilibrio de fuerzas. La debilidad del gobierno y la conflictividad social como contraparte ha puesto paños fríos al eros de dominio de los acreedores organizados. Cuando haya signos de fortaleza (si los hay) el FMI dará finalmente luz verde y echará andar para los argentinos la cuenta regresiva.