Acabo de escribirle a mi madre para que compre un ejemplar de Página12 y me lo mande por correo. Quiero guardar en papel los testimonios y los análisis de Mempo Gardinelli, Horacio González, José Pablo Feinmann y otros que se han sentado a escribir en estos momentos agitados, turbios, apesadumbrados en los que aun está caliente el cadáver de Néstor Kirchner.
En la nota de ayer, la coincidencia fue que en los días anteriores había recibido una catarata de mensajes “basura” de parte de “amigos” y conocidos apurados ante la proximidad (?) de las elecciones de octubre de 2011 por seguir inculcando (inoculando) un odio envasado de lugares comunes y retorcijones de espíritu. Fue por eso que al sentarme frente al ordenador no pude evitar hacer un recordatorio de las maldades concebidas por aquellos que durante todos estos años, en las reuniones y encuentros virtuales, siempre encontraban ocasión para ofrecer su cuota de ignorancia y resentimiento.
Pero hoy es otro día, y hay que pensar en el pasado con la vista puesta en el futuro. Además del hombre, Néstor Kirchner era un líder político. Eso significa que su muerte humana debe necesariamente leerse ideológica y estratégicamente por nosotros. Que no nos engañen las frases altisonantes de las bestias opositoras. Que no nos engañen las alocuciones de los Bergoglio y los Bergman, los agentes espirituales de las derechas vengativas. En estas horas tristes que el ciudadano de a pie vive con el alma acongojada esperando que se abran las puertas de la Casa de Gobierno para dar su último adiós a su líder, en los conciliábulos los traidores urden tramas para la capitulación de nuestros sueños.
Hay que estar prevenidos. El destino nos ha puesto delante de la cara el escollo absoluto de la contingencia y nos pregunta: ¿Qué harás con el pasado que se te ha regalado? A nosotros, que somos hijos de una generación aniquilada, que somos fruto de una política de shock dispuesta para idiotizarnos, a nosotros que hemos sido adiestrados para servir sin hacer preguntas en las escuelas de negocios, que hemos tenido que reinventarnos, reeducarnos, rebelarnos ante el pasado para recuperar el sueño de una libertad auténtica, sacudiéndonos la inercia de la imbecilidad consumista y superficial que nos rodea, nos toca mirar el pasado con la vista puesta en el futuro de todos. Un futuro amenazado desde dentro y desde fuera.
Ayer, después de la muerte de Néstor Kirchner, el Washington Post informó que en la bolsa de Nueva York, las acciones de las empresas que operan en Argentina crecieron en su valor de manera exponencial debido a la posibilidad de que las políticas populistas se vean interrumpidas. Mientras tanto, en las redacciones de Clarín y La Nación respiran hondo y se preguntan frotándose las manos si esta desgracia no detendrá el proceso de transformación en el mercado audiovisual impulsado por el Ejecutivo. Los familiares de militares detenidos y juzgados celebran y calculan la interrupción de los procesos judiciales. Los industriales hacen cuentas y descuentan que la debilidad de la presidencia y la estampida hipotética de la militancia kirchnerista ante el desconcierto de la pérdida de su líder impondrá un freno a las amenazas de reformas laborales y planes redistributivos del gobierno.
En el país de hoy hay quienes lloran, pero también quienes suspiran aliviados especulando que la muerte de Kirchner ha puesto punto final al sueño de una Argentina más justa. Lo que toca es volver al pasado para que la memoria no nos permita traicionarnos, y mirar al futuro, ciertos de que no hay otra escapatoria más que la lealtad.