Planificación y mercado (y un apunte sobre la banalidad del mal)

Hace unos días, el presidente Mauricio Macri volvió a deleitarnos con la enunciación teórica que subyace a su práctica política. La llamada «teoría del derrame» (liberar fiscalmente a los ricos hará que los pobres recojan también los beneficios de su creatividad y capacidad de inversión), se combina en su imaginario con un elaborado marco teórico que ataca todo intervencionismo del Estado.

Sin embargo, los datos macroeconómicos (no sólo en Argentina), demuestran que el anti-intervencionismo es tremendamente costoso. En los últimos meses, las exenciones fiscales y los despidos masivos, la de-financiación de los planes sociales y la subfacturación en obras de infraestructura, no tienen correspondencia con la tan esperada disminución del déficit fiscal, sino todo lo contrario. La pregunta es: ¿Cómo explicar esta aparente contradicción?
Leemos en Crítica de la razón utópica del teólogo y economista Franz Hinkelammert:
«La disminución de intervenciones del Estado benefactor [son sustituidas] por el intervencionismo político del Estado policíaco y militar. La intervención [no disminuye] sino que se [traslada] del campo social hacia el campo policial y militar.»
«La disminución de las intervenciones del Estado benefactor, aumentan las crisis económicas y sus efectos en la población. Esta población difícilmente puede aguantar tal pauperización y tiende a levantarse a favor de estas mismas intervenciones. Por lo tanto, hace falta una intervención para sofocar estas reivindicaciones populares, y esta será la intervención policial y militar.»
El giro cultural
Obviamente, un giro copernicano de esta naturaleza debe ser acompañado de un giro cultural de análoga dimensión. Cuando en estos días escuchábamos al Jefe de Gabinete del gobierno, Marcos Peña, vituperar al pensamiento crítico, estábamos asistiendo a la expresión desnuda de este intento solapado de evitar cualquier reflexión seria respecto al rumbo, y la lógica del rumbo, en el que estamos embarcados.
Marcos Peña venía a decir: «El pensamiento crítico le ha hecho mucho daño al país. Lo que necesitamos es entusiasmo, un espíritu constructivo y positivo».
Obviamente, pensar críticamente no significa pensar sin entusiasmo, y mucho menos significa no pensar constructiva y positivamente. El pensamiento crítico es radicalmente entusiasta, radicalmente constructivo y radicalmente positivo. Se sostiene en la convicción de que la realidad puede cambiarse para el mejoramiento de la vida de todos, auténticamente.
Sin embargo, ante la evidencia de la pauperización social y el regreso de la explotación más brutal, Marcos Peña nos invita a abstenernos de cualquier pensamiento crítico y practicar un entusiasmo vacío, superficial. No fundado en la realidad, sino en la ingenua esperanza.
Evidentemente, si estamos poseídos por la utopía anti-intervencionista a la que se han rendido los ideólogos de Cambiemos, quienes ponen todas sus esperanzas en el equilibrio del mercado y su mano invisible, algo de esta naturaleza parece razonable.
Pero ya hemos visto que el anti-intervencionismo depende enteramente de un feroz intervencionismo policial y militar para ser implementado.
El pensamiento crítico reflexiona acerca del tipo de planificación que es conveniente para el conjunto de la sociedad en su totalidad (lo cual no es lo mismo que intentar totalizar a la sociedad). Es lo que llamamos una «política de inclusión». Una política de este tipo invierte en el bienestar y se ahorra el costo del control y la represión por parte del Estado.