¿Qué se propone el «círculo rojo» del macrismo?

María Graciela Rodríguez se preguntaba hace unos minutos en su muro de Facebook: «¿Cómo explicar hacia dónde va el macrismo?»

La pregunta es pertinente y la necesidad de articular una respuesta, urgente. Las razones son obvias. Las microfísicas de la política macrista tienden a producir desconcierto en la mayoría (incluidos sus propias bases que se ven empujadas a defender lo indefendible, las mofas en unos cuantos, y el desasiego de todos los que las padecemos. Este desconcierto, ingenuidad y desasosiego es funcional al modelo que se propone, debido a que utiliza la desorientación (el desorden) para imponer un nuevo orden.

Lo que sigue es mi respuesta provisional a la pregunta de María Graciela Rodríguez.

Mercado global, gubernamentalidad neoliberal

Estoy convencido que al macrismo no le interesa la consolidación de una burguesía nacional. Por el contrario, parece decidido a barrer definitivamente con las condiciones de existencia de una industria nacional y un mercado interno que la sostenga. En el imaginario macrista, es necesario sacrificar un mercado acotado de 40.000.000 de argentinos en pos de acceder de manera competitiva a un mercado de 7.000.000.000. Eso si, ofreciendo el producto de una economía reprimarizada en una época en la cual los precios de los recursos primarios vuelven a hacer saborear por anticipado a las grandes corporaciones suculentos beneficios.

Por ese motivo, parece que la inversión de esfuerzos del gobierno está dirigido a la reconversión de la economía: importar productos y servicios del exterior, hambrear a la población local, destinando los productos locales al mercado exportador. Esto puede realizarse debido gracias a las ventajas monopólicas que poseen las corporaciones locales (que el gobierno alienta) decididas a transformarse en actoras relevantes en el selecto mercado global que maneja los recursos básicos de la humanidad: energía, alimentos, agua potable, minerales y tecnologías de la información, etc. Todas las políticas de Macri parecen dirigidas a lograr ese propósito.

Ese mercado tiene una dinámica de guerra abierta y despiadada. Es instrínsecamente caníbal. La competencia es feroz, criminal, y la moneda de cambio son las poblaciones que deben ser remodeladas a través de instrumentos político-culturales específicos en cada escenario para encajar en un modelo de tipo confuciano de intercambio (una nueva jerarquización meritocrática que viene a reemplazar los residuos liberal-socialistas de derechos [humanos] que están en la base de nuestras narraciones políticas).

Eso no significa que nuestras sociedades no puedan adoptar formalidades democráticas. Sin embargo, lo harán en escenarios en los cuales el campo popular será progresivamente esterilizado o se volverá impotente en su afán de reconocimiento y redistribución debido a las nuevas normatividades impuestas por el ejecutivo en forma de regulaciones administrativa, y el poder legislativo en su ejercicio de mutación legal orientado a facilitar la nueva gubernamentalidad neoliberal.

Hipermodernismo

El macrismo, a diferencia de otras fuerzas políticas nacionales, se ve a sí mismo como representante de esa hipermodernidad global corporativa, se entiende a sí mismo como un actor en ese marco. Su aparencia «provinciana» (su argentinidad) es ilusoria. Debe ser leída como meramente circunstancial y oportunista. Argentina es para el macrismo puro (su «círculo rojo») un trampolín para la conquista del escenario global.

Eso significa que el éxito político del macrismo de ningún modo puede entender como equivalente al éxito de la Argentina. Serán (y están siendo) las corporaciones de raigambre local (el propio grupo Macri en primer término, y otros armados de negocios como el Grupo Clarín, los que se beneficiarán (se están beneficiando) con el cambio, el cual les permite (les está permitiendo) competir globalmente gracias a la ventaja significativa que supone el haber logrado apropiarse directa o indirectamente de los recursos del Estado y los recursos comunes (agua, tierra, energía, minerales, tecnología comunicacional, etc.) y de sus instituciones de proyección regional, que lo convierten en una fuerza geopolítica destacada.

De allí que el imaginario que el macrismo puede articular de sí mismo (sin hipocresía) es notable (y hasta cierto punto veraz). El macrismo se entiende a sí mismo como una fuerza modernizadora, y proyecta a su presidente como una suerte de héroe o visionario dispuesto a realizar los sacrificios que impone ese modelo (sin reparar en costos). Macri piensa a Argentina como un entramado societario, corporativo y no como una nación-estado.

No hace falta decirlo, un plan de estas características no es descabellado, aunque sea perverso y peligroso para todos nosotros, porque pasamos de ser ciudadanos a convertirnos en carne de cañón del poder.

El espejo de Europa

Pienso en los nuevos Estados de la Europa del sur de la Unión como ejemplos de esa dinámica:

1. la soberanía es delegada en los temas centrales (el poder lo tiene la troika): en las elecciones la población discute políticas que no está en sus manos modificar;
2. los partidos políticos juegan la pantomima del soberano, aunque en realidad son meros cohortes de capataces al servicio del poder corporativo que, al estar fragmentado y en guerra fratricida,
3. impone a las poblaciones una experiencia de ansiedad y ajuste perpetuo que va destruyendo el tejido social e imponiendo una lógica de pura competencia en todas las dimensiones de la vida que, en un espiral vicioso, profundiza el socavamiento de las lógicas democráticas de la libertad, la igualdad y la fraternidad.