Hoy quiero decir dos palabras sobre la relación que existe entre las instituciones democráticas y el entramado de disciplinas que subyace a cualquier articulación teórica de dichas instituciones.
No cabe la menor duda que la llegada de la democracia a países como España y otras naciones latinoamericanas representa un avance auténtico e incuestionable en términos de política representativa, es decir, en vista a los ideales de igualdad ciudadana. Sin embargo. dichos progresos y la pluralidad ideológica que permite, en el seno de su marco institucional, enmascara una serie de displinas “universalmente” aceptadas que aseguran que los miembros de las sociedades democráticas no alcancen jamás la igualdad y la igualación de poder que los ideales democráticos explícitamente dicen promover.
Como ha señalado en incontables ocasiones Noam Chomsky, si prestamos atención al contenido del debate público en las sociedades democráticas, llama la atención el modo en el cual el “consenso” político-cultural censura cualquier discusión seria en torno a las categorías básicas del propio sistema y la legitimidad de las disciplinas de control, adoctrinamiento y manipulación de la población. Esta censura se realiza por medio de la efectiva ausencia de estas cuestiones en el ámbito no especializado del discurso crítico, o en la puesta en escena de su refutación por medio de la caricaturización o la acusación de extemporalidad de los planteamientos subversivos.
Ni las cuestiones regulativas en torno al rol del estado ahora en boga, en las que se entrecruzan los recién llegados defensores del Estado burocrático después de varias décadas en retirada frente al imperialismo neoliberal promovido por la empresa capitalista, ni los desvergonzados defensores del ultraliberalismo del mercado en quienes no parece haber hecho mella la profundidad de la crisis en curso, abordan la cuestión más alarmente que gira alrededor de la colonización del mundo de la vida por parte de estas entidades en pugna.
El ciudadano, convertido en mero sujeto clientelar es disciplinado para acomodarse a la burocracia y al mercado hasta los confines de su intimidad. El cliente es arrancado de su «interioridad» y sometido a un proceso de banalización de sus ideales de autoexpresión a través de la imposición de bienes sustitutorios que compensan el sacrificio que le impone la sociedad disciplinaria.
Frente a los cortocircuitos funcionales de los individuos, la cultura ofrece un extendido menú de psicoterapias, deporte, turismo, diversos expertises en las disciplinas del alma de oriente y occidente y otras disciplinas afínes con el propósito de reparar el sistema, o se enfrenta con dichas patologías promoviendo políticas de exclusión.
El triunfo relativo y circunstancial del discurso neokeynesiano entre una parte de la población, aun cuando resulta improbable que esto tenga efectos efectivos en vista a la extensión flotante del poder corporativo y la debilidad de la política encadenada a la jurisdicción territorial, resulta intrascendente en lo que respecta a la paulatina disolución de la soberanía del anthropos qua anthropos, como individuo y participe en un proyecto de perfección comunitaria.