Resistencia pacífica activa frente al negacionista

Ante los ataques personales reiterados a ciudadanos de pleno derecho que defienden la memoria, la verdad y la justicia por parte de los negacionistas al que el gobierno alimenta con su discurso ambiguo respecto a los derechos humanos y la labor de las organizaciones de derechos humanos, propongo la asunción de una «resistencia pacífica activa». Me explico:

Obviamente, las situaciones personales de cada uno de nosotros son muy variadas y deben tomarse en consideración, pero no debemos adoptar una actitud banal frente a esos ataques, ni mantenernos en silencio frente a las manifestaciones de violencia simbólica a la que nos estamos acostumbrando.

Si uno observa el modo en la cual estas tesis han ido ganando posiciones paulatinamente dentro de la sociedad de un tiempo a esta parte, debemos reconocer que, en parte, el problema ha sido la ausencia de condena social frente a este tipo de actitudes en los círculos íntimos donde se han filtrado los discursos dominantes que los medios de comunicación pretenden imponer en la esfera pública, lo que ha permitido el avance de estas tesis que hoy cuenta con una amplia aceptación entre grupos recalcitrantes de la población y una tibia condena por parte del oficialismo, que promueve un doble discurso.

Las afirmaciones que niegan el genocidio o que afirman que los militares que torturaron, mataron e hicieron desaparecer personas son una suerte de héroes que merecen nuestro reconocimiento, no son «opiniones», sino crímenes, lisa y llanamente, apologías de delitos de lesa humanidad.

La libertad de expresión tiene límites. Otros países en los que se han vivido situaciones análogas, declaraciones públicas de este tipo son perseguidas penalmente.

Poner en entredicho una amistad, o distanciarse de un familiar que insiste en festejar o justificar de manera altisonante los crímenes cometidos por la dictadura cívico-militar genocida es mejor que ofrecer impunidad a este tipo de actitudes, y una obligación. Recordemos que el «silencio es salud» fue parte constitutiva de la retórica procesista, y que sin la complicidad de muchas personas que aceptaron las tesis de los dictadores y sus cómplices civiles, el genocidio no habría tenido lugar.

En algunos círculos observamos un avance furibundo de las tesis negacionistas, acompañadas de un discurso denigrante hacia los organismos de derechos humanos. La utilización de una violencia verbal exacerbada ante cualquier manifestación de protesta, tiene el objetivo de deslegitimar la lucha realizada durante cuarenta años para sacar a la luz lo que la dictadura militar quiso ocultar destruyendo los registros de los ciudadanos asesinados, desaparecidos o apropiados: el tamaño y horror del genocidio llevado a cabo por la dictadura.

Mi recomendación es que si alguien en nuestra presencia se mofa de los detenidos, torturados, asesinados, desaparecidos, apropiados y sus familiares, caricaturiza los principios de los derechos humanos, como suele hacerse en estos días, sencillamente, levantémonos y marchémonos, dejando claro (sin entrar en conflicto), que no prestaremos nuestros oídos a esas expresiones. Agüemos sus fiestas.

Llamo a esta forma de rechazo una «resistencia pacífica activa» inspirada en la resistencia gandhiana frente al colonialismo inglés. De esta manera marcamos el límite de lo permisible y lo no permisible en la esfera pública.

Si un miembro de nuestra familia o un amigo o conocido esboza una tesis negacionista y el resto de los miembros de nuestra familia o el grupo de amigos que nos acompaña festeja o permite impunemente la mofa o la agresión, retirémonos de manera no violenta, dejando en claro que no conversaremos con personas que defiendan estas tesis negacionistas o expresiones justificatorias del genocidio.

Propongo que empecemos a hacer lo mismo en los platós de televisión y en los estudios de radio. Dejemos que sigan hablando solos, dejando en claro que no discutimos con personas que adoptan estas actitudes.

Sea como sea, lo que no debemos hacer de ningún modo es intentar consensuar o dialogar en estas cuestiones. La razón es sencilla: lo que se pretende es relativizar los crímenes, lo cual servirá como punto de arranque de una nueva ola represiva que parece estar preparándose en el país, aleccionando a la población sobre las características golpistas, antidemocráticas de quienes se oponen a la implementación del actual programa económico, político y cultural del gobierno.

Con respecto a los argumentos que esbozan los negacionistas, son insustanciales. Ninguna acción de los grupos armados justifica la decisión tomada y la implementación por parte de la dictadura cívico-militar de detener, torturar, violar, robar sus hijos y propiedades, matar y desaparecer decenas de miles de ciudadanos, entre ellos docentes, monjas, sacerdotes, sindicalistas, activistas sociales, médicos, deportistas, trabajadores y otros ciudadanos comunes, sospechados de contaminación ideológica, ni el sufrimiento de cientos de miles de conciudadanos, familiares y amigos de las víctimas, que durante décadas padecieron el dolor de dichas pérdidas, la incertidumbre y las secuelas de estas aberraciones.

Si hacemos esto, si nos negamos a discutir estos asuntos de manera pacífica, pero activa, comenzaremos a bloquear la onda expansión que amenaza a convertir en un lugar común el actual negacionismo de los grupos más radicalizados de simpatizantes del actual gobierno.

En síntesis: no estoy promoviendo el uso de la violencia. Lo que demando es que reconozcamos la verdadera naturaleza de la motivación detrás de quienes deciden adoptar un discurso negacionista: no es la búsqueda de la verdad, la memoria y la justicia la que los mueve. Lo que quieren es escandalizar, ejerciendo violencia simbólica sobre la sociedad, Corrompiendo nuestro compromiso ciudadano con los derechos humanos, e intentando acabar con el compromiso por parte del Estado en lo que concierne a la protección y promoción de dichos derechos en el marco de nuestra memoria colectiva.