Sobre la patria grande y el espejo opositor

La situación política Argentina (y latinoameriana, en general) interroga sobre la cuestión de la conmensurabilidad de las posiciones que se manejan, o si acaso lo único que podemos esperar es el espectáculo de ‘matones’: una política abocada (al final) a la destrucción del otro como único camino para actualizar los proyectos políticos que imaginan los contendientes.

La oposición tiene más de Robespierre de lo que quisiera reconocer, y el gobierno K. es más negociador de lo que pretende mostrar.

La cuestión de la inconmensurabilidad es plausible, sin embargo, no hay razón para creer a priori que deba ser de ese modo, se han intentado proyectos que han dado fruto (hasta cierto punto, claro) y la pregunta es si hay posibilidad de avanzar en esa dirección.

Lo que parece evidente es que la posición de la oposición se funda en la incomensurabilidad radical de los proyectos políticos: es el todo o nada. Por ahí, no hay manera de ofrecer respuestas a la patria. Queda únicamente apostar al desgaste y a la polarización.

Supongo que es bastante evidente y mi comentario no pasa de ser un lugar común, pero insisto que de deberíamos ser más hegelianos en este sentido: sin apostar a una suerte de potaje democrático-liberal-consensual, deberíamos tomar consciencia de la ‘identidad de la identidad y la diferencia’: es decir, ser patriotas. Algo que no puede ocurrir si los grupos de intereses (en sentido amplio) pretenden apropiarse de la exclusividad del imaginario nacional (¿Quién es el verdadero, auténtico argentino? Algo que hace del resto qué: ¿inmigrantes? ¿colonizadores? ¿extraterrestres?)

Eso no significa el fin del conflicto, sino más bien el reconocimiento del conflicto como inherente a la constitución identitaria, y por tanto, el reconocimiento del otro como parte de mi propia identidad (como en un espejo: la imagen reflejada no soy yo, pero tampoco es otro).

Cuál sería la superación utópica de la confrontación a la que deberíamos apuntar como bien: supongo que en el terreno estrictamente nacional, sería la afirmación de una ‘Patria grande’, algo de lo cual estamos lejos de encontrarnos. Todavía somos adolescentes que luchamos por constituir nuestras identidades parciales.

Razones para ello existen, evidentemente, y la más importante de ellas, a mi modo de ver, es el trauma del genocidio y la implantación de un régimen político-económico excluyente (el otro no soy yo); y el proceso sistemático de despojo de lo público acontecido durante los noventa.

Espero que no se me malentienda: En cierto modo, la señora presidenta ha mostrado (puede que este equivocado) cierta orientación a con-mensurar, a medir los extremos. La oposición, en cambio, se ha mostrado inflexible (radicalmente excluyente). Pero no debería soprendernos. En el propio imaginario opositor, por ejemplo, los protagonistas ven al gobierno de Hugo chávez y Evo Morales como análogos de su propio enemigo (el gobierno K), y se identifican con el movimiento santacruceño de Bolivia, por un lado; y con la oposición ‘universitaria’ y ‘democrática’ (muy entrecomillada) al presidente Hugo Chávez.

Existe una tendencia muy marcada en Latinoamerica a explotar la radicalización, el conflicto, a fin de desactivar los procesos emancipatorios. Lo que debería alegrarnos es que estas estratégias no han dado resultados positivos a corto plazo. Lo cual es una ventaja, porque los avances que se logran en el interín (antes de la derrota circunstancial, y por cierto inevitable en todo registro histórico) permite modificaciones en las estructuras sociales que resultan difíciles de deshacer completamente una vez que se han alcanzado ciertas cotas. Lo cual no significa que debamos sentarnos a esperar qué pasa. Todo lo contrario.

Lo que quisiera es avivar el entusiasmo. Creo que pese a las dificultades y la imagen más o menos desordenada que parece transmitir la situación, hay líneas marcadas que están profundizándose en el imaginario colectivo, que será difícil, al menos explícitamente, dejar a un lado, incluso para una hipotética oposición convertida en gobierno. ¿Por qué? Porque el propio proceso de radicalización ahonda las identidades parciales, y obliga a hacer concesiones impensables en otros momentos históricos.

Habría que festejar la pujanza en la confrontación, pero adoptando una visión dialéctica que nos preserve como fuerza política. Deberíamos ser capaces de preservarnos en la totalidad, en la síntesis dialéctica que se construye frente al enemigo. Yo soy yo y el otro. Esto es clave: ¿Por qué? Bueno, porque el otro se convierte en mi heredero.

Una breve disgresión estilo Zizek: ¿Recuerdan la película CLOSER? Sobre dos parejas que se intercambian en Londres, con Nathalie Portman y Julia Roberts (lapsus: no me acuerdo del nombre de los chicos) Hay un detalle curioso que ocurre cuando se intercambian las parejas: los que no fumaban se convierten en fumadores, y los fumadores se convierten en ex-fumadores en combinaciones que dicen algo sobre las características de la pareja constituida, de las mecánicas de poder, de las entregas y sustituciones de los protagonistas: el espejo.

El espejo es clave de la confrontación. El otro no me es completamente ajeno, es como yo, pero vuelto del revés. O si utilizamos otra imagen, es el maridaje, que puede acabar en caricia o violación (qué duda nos cabe) pero cuyo resultado, aunque sea un engendro, es la patria nuestra, la de todos: nuestro hijo idiota si quieren. Pero no hay alternativa.

Si me permiten la disgresión, creo que esta es la ventaja cualitativa que ha tenido Chávez y Lula, cada uno a su manera, frente a todos sus contrincantes políticos: su visión patriótica; y esa es también la fortaleza que tiene Cristina Fernández, la capacidad de verse en el otro y de ese modo superarlo.

Cuando la oposición se refiere a la señora presidenta como ‘la conchuda esa’, por ejemplo, se está viendo a sí misma.

Es curioso ¿No es cierto?