«Socialismo o barbarie»

Aunque, para algunos, el lenguaje pueda resultar «arcaico», el siglo nos encuentra, otra vez, en una encrucijada análoga a la que nuestros antepasados definieron, a mi juicio acertadamente, con la expresión «socialismo o barbarie». Es posible que para muchos de nuestros contemporáneos la palabra «socialismo» resulte ambigua, o incluso tramposa, pero el lugar X que ocupó el «socialismo» en el pasado sigue siendo una opción incontestable: es la alternativa utópica a la barbarie que impera en el mundo.

Hace ya mucho tiempo, en el Manifiesto comunista, Marx y Engels definieron la dinámica de conflicto que caracteriza la experiencia social de la humanidad, enumerando las diversas máscaras que en cada época histórica asumen opresores y oprimidos. También señalaron que ese constante y perpetuo conflicto que, oculta o abiertamente, producen las relaciones sociales de dominación, solo puede desembocar, o bien en la revolución, o bien en la ruina para todas las partes contendientes.

Como revolucionarios, Marx y Engels cultivaron una visión optimista de la historia. Legaron a las generaciones futuras una narrativa esperanzada. Eso que ellos llamaron la «burguesía» (el rostro que había asumido el opresor en las sociedades capitalistas)  había creado a su propio enterrador, el proletariado, cuya victoria, como el advenimiento de cualquier otro salvador, pareció a muchos inevitable.

Pero la historia del siglo XX nos demostró con creces que las catástrofes, la violencia y el sufrimiento, son el pan nuestro de cada día. Cuando miramos atrás, como el ángel descrito por Walter Benjamin, solo vemos apilarse crímenes, cadáveres, víctimas de la injusticia, tierra arrasada.

Frente a las repetidas derrotas, fueron muchos los que acabaron concluyendo que nada podía hacerse. El mal, parecían decir, es una realidad cósmica. El «progreso» que nos empuja hacia el futuro (aunque hoy parece más bien abocarnos sin desvío hacia la aniquilación) es imparable. De este modo, las Guerras mundiales, y las otras muchas que ha manufacturado el imperialismo en sus diversas formas, Hiroshima y Nagasaki, los campos de exterminio, y en nuestra época, la violencia y la crueldad sistémica que impone de manera quirúrgica, pero no por ello menos asesina, el orden neoliberal, no son más que los accidentes inexorables que exige el advenimiento del mejor de los mundos posibles.

Sin embargo, aquí estamos, una vez más, una nueva generación obligada a mirar hacia atrás, contemplar el cúmulo de catástrofes que nos precede, conscientes de la ruina del «progreso», no solo para las víctimas directas e indirectas, sino también para los hipotéticos «triunfadores» de su ecuación suicida. Porque, pese a los esfuerzos denodados de los ricos y opresores por manufacturar paraísos privados donde poder esconderle la vista a la barbarie, la fealdad estética y moral lo invade todo.

La historia del capitalismo es una historia de aceleración, crisis y conflicto, guerras, insurrecciones y represión ininterrumpida. La historia del capitalismo es la historia de la barbarie en nuestra época. Como un mago experimentado, la propia vorágine de actividad incansable que promueve logra esconder su naturaleza provisional, finita, mostrándolo ilusoriamente como una eternidad objetiva.

Sin embargo, las relaciones sociales que constituyen el «capitalismo» no están grabadas en nuestro ADN, ni nos definen desde el cielo de las ideas como la clase de homínidos que somos. El sistema capitalista fue en el pasado solo un futuro alternativo que acabó encarnándose en la historia como nuestro presente, pero por eso mismo, porque es el resultado de causas y condiciones determinadas, que son, a su vez, contingentes, está llamado a mutar y desaparecer. El capitalismo no es una «cosa» que exista por sí misma, sino un conjunto de relaciones sociales forjadas en la historia, y sostenidas en nuestro imaginario por su nombre en disputa. Hoy asistimos a su versión más extendida y extrema, definida por un anti-humanismo lacerante.

El presente, sin embargo, es siempre tránsito entre el pasado y el futuro. En ese tránsito se manifiestan, como alucinaciones, como ensueños, las tendencias que pugnan por convertirse en futuro. Nuestra tarea consiste en descifrar en la inestabilidad inherente del orden vigente, la fugaz aparición y persistencia de una alternativa posible frente a la «repetición».

Como en el pasado, hoy vuelve el eslogan «socialismo o barbarie» a definir claramente la naturaleza de nuestra encrucijada. Puede que, para algunos, la X y la Y de esta disyunción («socialismo» o «barbarie») deba redefinirse en vista de la historia que les precede, pero esta disyunción, como expresión de una realidad que nos provoca, es incontestable.