«Stand Still»: Zizek y la revolución cubana

En una entrevista concedida a la televisión rusa, el filósofo esloveno Slavoj Zizek volvió a intervenir en el debate público golpeando el panal de abejas.
La razón por la cual lo entrevistaron fue para que ofreciera algún pensamiento acerca de la muerte del líder cubano, Fidel Castro, y el futuro de Cuba. Zizek prefirió unirse al coro de detractores de la Revolución, y marcar la ocasión con el desprecio.

Haciendo caso omiso del entrevistador, se preguntaba Zizek a sí mismo: «Seamos honestos, ¿qué ha hecho la Revolución en el ámbito de la cultura, la economía o la política en los últimos años?», e inmediatamente se respondía: nada, o prácticamente nada, no ha podido crear nada nuevo (y eso, nos confiesa Zizek, le molesta enormemente). Según Zizek, Cuba es un país que se encuentra a la espera, «las calles están rotas y los edificios demacrados» – o algo por el estilo – un país que se auto-justifica sufriendo.
El problema con estas ideas es que resultan muy familiares. Mi vecina, una jubilada catalana que viaja tres o cuatro veces al año a diferentes lugares del mundo con los ahorros de su jubilación, llegó [unos días antes de la muerte de Fidel] de La Habana. Cuando le preguntamos qué pensaba de todo aquello, la buena mujer nos dijo algo semejante a lo que expresó Zizek en la conferencia como si estuviera ofreciendo un descubrimiento asombroso: «las calles están rotas y los edificios demacrados». «Pero la gente es majísima – agrega la señora – aunque los médicos que encontré en el malecón me dijeron que no podían comprarse unas zapatillas Nike.»
El problema es, justamente, que la mejor respuesta a Zizek no puede ser una respuesta marxista, la cual erraría completamente el blanco. La respuesta solo puede ser «teológica». Porque si hay algo que podemos ponderar de la Revolución cubana y de lo que vino después (50 años de vida cotidiana) es su profunda devoción a «San Benito»: oración y trabajo.
Lo que podemos admirar de esa Cuba tan despreciada «por sus calles rotas y sus edificios demacrados», es justamente la paciencia. Y, con ella, la firme decisión de preservar ciertos «valores» socialistas que la revolución conservadora, primero; la derrota del comunismo soviético, después; la apuesta hiper-capitalista china, a continuación; y el triunfo de los posmodernismos de derecha y de izquierda al estilo Zizek (pese a su renuencia a aceptarlo) que allanaron el camino para el triunfo del neoliberalismo, amenazaban con liquidar.
En las últimas cinco décadas, hemos visto de qué manera el mundo se tropezaba con una serie de promesas que acabaron siendo, no sólo un callejón sin salida, sino el detonante de una serie de amenazas que ahora se asoman como insuperables (cambio climático, desigualdad extrema y exclusión, guerra fratricida y amenaza nuclear, retorno de los totalitarismos y los genocidios étnicos, etc.)
Y al contrario de lo que nos dice Zizek, Cuba supo construir una alternativa visible y viable (pese a sus límites, en buena parte debidos a su realidad constitutiva: es una pequeña isla sin petróleo en el Caribe, cuyo fracaso fue largamente anunciado y que, sin embargo, sobrevivió cincuenta largos años de ataques feroces de toda la comunidad internacional). Una alternativa que no encajaba con un sistema que, bien mirado, se ha ido comiendo muchos de los logros sociales que se ganaron con sangre, sudor y lágrimas durante los últimos dos siglos, o que se encuentran en franco retroceso, incluso los logros civiles y políticos, sociales y económicos, que surgieron como fruto obligado del sufrimiento colectivo que produjo la Segunda Guerra Mundial en Europa.
Preguntarse acerca de lo que hizo y lo que no hizo la Revolución cubana, sin prestar atención a la realidad geopolítica de la isla y el contexto histórico en el cual la Revolución cubana (y todo lo que vino después) permitía y no permitía [fácticamente] es una forma grosera de ignorancia o de muy mala fe.
El otro tema que aparece en la entrevista gira en torno al juego de palabras que despliega Zizek, con el cual pretende asociar a la Revolución cubana con una suerte de «castración» del pueblo cubano, que necesitaba un líder llamado «Castro» para llevarla a cabo. Castro y castración, dice Zizek con muy mal gusto, y el desprecio hacia un pueblo que juzga «idiota».
¡¿Qué decir sobre esta pasión «lacaniana» de Zizek en este caso?! Cuanto menos, que, si estuviera siendo fiel a Lacán, su prosa lacaniana tiene profundas limitaciones. Poco más puede agregarse al respecto.
Por eso me vuelvo a la teología para hablar de su compulsión (siguiéndole el juego psicoanalítico) para mostrarle su incapacidad de entender eso que él mismo define tan bien: el arte del «stand still» (quedarse quieto o el estarse quieto), que sólo puede quien ha llegado al final de un camino y comprende lo Real de suyo, que Zizek siempre acaba eludiendo a través de su imaginario conceptual compulsivo.
Porque si el «fidelismo» fue un «stand still» (quedarse quieto, estarse quieto) ante una realidad que amenazaba con su aniquilación. También fue la fidelidad a una promesa de no renunciar a la Revolución. Por eso, diría yo, contra Zizek que, más que asociar la Revolución con el «Castro» de la castración, deberíamos asociarla la fidelidad a la justicia social, a un humanismo universalista, que el talante posmoderno de Zizek es incapaz de entender. Quizá, como señalan algunos filósofos de la liberación latinoamericana, como Dussel o incluso Castro Gómez, en Zizek anida un eurocentrismo, que el mismo se ha encargado de bordar sobre las charreteras de su uniforme teatral.
Finalmente, me gustaría detenerme en la pasión de Zizek por la novedad. Aquí es donde es más evidente el límite de su retórica modernista. Y es en Walter Benjamin (y en la noción de Baudelaire de la moda, y la gravedad de la frivolidad) donde podemos encontrar la clave para interpretar su compulsión.
Porque si hay algo que caracteriza a Zizek eso es la «repetición», el «eterno retorno» de sus textos. Pero, entiéndase bien, aquí repetición es hastío, enmascarada en su forma novedad-entretenimiento. Zizek es un filósofo-entretenimiento, un filósofo de moda y a la moda. Y la moda tiene eso, es la eterna repetición del hastío, enmascarado en la pretensión de la novedad. Y ese es su límite, y la clave de su éxito comercial. Lo que lo lleva a ser tan exitoso es justamente el poder hacer creer a sus lectores que están ante algo extraordinariamente novedoso.
Ahora bien, esa es justamente la caracterización que hace Baudelaire a la hora de definir la «decadencia burguesa». Y esta es la decadencia contra la cual Benjamin arremete en su obra, adoptando una perspectiva mesiánica que consiste, justamente, en reconocer en el origen (la Revelación), su horizonte de sentido (la Revolución).
Ese reconocimiento, esa promesa, se traduce en una espera extraordinariamente inteligente, en la preservación (Aquí es donde entra San Benito: oración y trabajo) de aquello que es amenazado con ser desaparecido en la oscuridad.
En este sentido, la Revolución cubana tuvo y tiene una suerte de «carácter monacal», que Zizek confunde con «castración». Lo que olvida Zizek es la transmutación que produjo la Revolución en el pueblo cubano, el goce de una castidad militante y utópica.
Pero no quisiera que esta entrada se entendiera como un argumento ad hominem contra Zizek. Su estilo y su inteligencia nos ha llenado de alegría a muchos de nosotros. Sin embargo, su compulsión es su síntoma; y su impaciencia, una muestra clara de que su prosa «revolucionaria» no deja de ser una pose sin consecuencia alguna más allá de las fronteras de las marquesinas de las grandes avenidas de las metrópolis del primer mundo y los chismorreos académicos de quienes se cruzan con las divas y los divos de Hollywood.
En los tiempos que corren, y ante las amenazas, el sufrimiento evidente que nos rodea, y el desconcierto reinante, ese «stand still» que produjo la Revolución cubana es una virtud; y la compulsión de Zizek, su búsqueda incesante de novedad, «más de lo mismo».

Anexo

¿Por qué incluir una foto de Sartre y del Che? Quizá porque hay que pensar el exabrupto de Zizek a la luz de otros debates en los cuales participaron intelectuales y militantes sociales y políticos.
Por ese motivo esta entrada podría haberse titulado, quizá: «Zizek y los intelectuales orgánicos», pero las circunstancias le impusieron otro título.
Mi tentación, en este anexo, es agregar otra pareja de intelectuales-militantes que reflejan esta disputa en el corazón de la izquierda.
Por ese motivo, agrego al final un documento audiovisual muy querido, en línea con las últimas «discordias» protagonizadas por Zizek. Esta vez con Noam Chomsky, con quien el filósofo de Luibliana ha mantenido recientemente una curiosa (lacanianamente hablando) confrontación adolescente.
Recordamos, entonces, a la manera de un «cortocircuito» – como diría el propio Zizek, aquel extraordinario debate entre Noam Chomsky y Michel Foucault, en torno a la naturaleza humana y el sentido de la justicia, en donde se evidencian los límites del intelecto, y los sacrificios que impone la lucha por la justicia en el mundo real.