En una reciente intervención en la televisión rusa, el filósofo esloveno Slavoj Žižek señalaba, comentando el impasse que vive Europa – el cual se manifiesta de manera patente en las protestas de los llamados «chalecos amarillos», que la respuesta a este «punto muerto» en el que nos encontramos no puede ser ni el populismo, ni la tecnocracia.
En el caso del populismo, dice Žižek, las soluciones que puede ofrecernos son contradictorias y en última instancia imposibles de cumplir. Pone como ejemplo las demandas de los manifestantes en París y otros lugares de Francia: no se pueden combinar las pretensiones de una política ecológica y una reducción de los costos de los combustibles; tampoco se pueden pretender mejoras en los servicios públicos (sanitarios, educativos, de transporte, vivienda pública, etc.) al tiempo que se insiste en reducir drásticamente los impuestos.
Obviamente, la solución tampoco puede venir de lo que él denomina «la tecnocracia» (la democracia formal cooptada por los tecnócratas neoliberales). Es justamente esta solución tecnocrática la que está llegando a un punto muerto y el populismo de izquierdad exige superar. Mientras tanto, el populismo de derechas se conforma con administrar los malestares generalizados manufacturando discursos que se enfoca en una diversidad de chivos expiatorios (migración, refugiados, ideología de género, musulmanes, corrupción, etc.). En este sentido, como bien señala Mouffe, el populismo de derechas es una de las formas que adopta el neoliberalismo en nuestros días, una vez se han agotado sus recursos en el terreno de la democracia formal.
La solución, nos dice el filósofo esloveno, pasa por restablecer el sueño «clásico» de un «socialismo burocrático», conducido por una élite ilustrada, cuyo objetivo sea la provisión de los bienes que necesita la ciudadanía para poder dedicarse a su vida: no a la lucha por la mera vida, sino más bien al despliegue de una vida buena. La propuesta combina elementos de la filosofía política platónica, curiosamente, también keynesiana (la reivindicación de una «élite ilustrada») y la ética aristotélica de las «visiones del bien». En este sentido, la propuesta de Žižek contiene elementos conservadores y progresistas. Puede ser leída en clave pragmática, incluso en línea con algunos discursos políticos del difunto Richard Rorty, pero escapa enteramente a la glorificación de la democracia whitmaniana, popular, que el filósofo estadounidense solía publicitar.
Hasta cierto punto, el ciudadano no necesita entender de qué modo se realiza la milagrosa provisión que hace posible la mera vida. Los burócratas socialistas tienen la obligación profesional de fabricar las condiciones de posibilidad de la existencia individual y colectiva. Eso significa crear un marco social en el que sea posible verdaderamene el respeto pleno, integral, de los derechos humanos, entendidos en sentido amplio (no solo como protección de los derechos civiles y políticos). Es decir, no como un instrumento para contener el «mal mayor», sino como una política para promover positivamente los bienes a los que los individuos prometen su lealtad, siempre que estén en acuerdo con el proyecto común que implica justamente el pleno respeto de los derechos humanos entendidos integralmente.
Para Žižek, entonces, la pretensión de una democracia directa está enteramente desencaminada en las presentes circunstancias, aun cuando adopta, como ocurre en los llamados «populismos de izquierda» una forma anti-oligárquica, anti-capitalista.
Lo que se necesita, contra lo que promueve la posición tecnocrática que administra actualmente el sistema, cuyo objetivo es facilitar el flujo del capital, garantizando el mantenimiento de formas institucionales favorables para los negocios y la apropiación privada, es abocarse a lograr un nivel de bienestar colectivo que permita a los individuos abocarse a sus proyectos de realización existencial. Para ello, de acuerdo con Žižek, la mejor respuesta coyuntural, la mejor forma de gobierno para el presente, es el socialismo burocrático.
Eso significa recuperar principios básicos de organización social que cancelen la ilusoria conceptualización oligárquica que asumen las formas neoliberales de organización social, disfrazándolas con las vestimentas de la libertad y la igualdad de oportunidades, pero que en realidad estan comprometidas exclusivamente con la manufacturación de relaciones sociales basadas en la competencia como medio para la acumulación del capital a través de la explotación y desposesión de lo común, el disciplinamiento de las fuerzas del trabajo a través del autodisciplinamiento, y la monopolización.
El triunfo democrático de las opciones neoliberales y neoconservadoras en América Latina, que en muchos casos han llegado al poder gracias a poderosas campañas propagandísticas y un aceitado lobby institucional, nacional e internacional, debería permitirnos visualizar el desafío ante el cual nos encontramos, que pone en cuestión la democracia misma, entendida como mero mecanismo electoral para dirimir las contradicciones políticas que afloran en la sociedad.
Necesitamos un nuevo movimiento «constitucional» que nos permita recuperar los principios elementales de libertad, igualdad y fraternidad, y articular una nueva dispensación de los derechos humanos que eluda enteramente las pretensiones postwestfalianas al servicio del imperialismo y el capital. Eso significa resignificar los mandatos originales de los derechos humanos, rejuvenecidos con las luchas por el reconocimiento y la identidad que han marcado y están marcando nuestra actualidad, y las exigencias que exige un ecologismo socialista que eluda las nostalgia de un imaginario Edén precapitalista.
Indudablemente, la propuesta coyuntural de Žižek es controvertida, y las objeciones que pueden desplegarse en su contra son numerosas y significativas. Sin embargo, tiene la virtud de llamarnos la atención acerca de lo que nos jugamos, primero, con la llegada al poder de los Bolsonaros, los Trumps y otros populistas de derecha en Europa, Estados Unidos y América Latina, con la evidencia creciente que la tecnocracia liberal ha alcanzado su límite y se encuentra en un punto muerto, y lo que todo esto supone en las actuales circunstancias de reflujo ideológico para los populismos de izquierda que insisten en la democracia directa y radical como solución a nuestros problemas.
La Apología de Sócrates es una relectura obligada en nuestros días.