Sobre intelectuales y expertos
Como investigador estoy obligado a responder ciertas preguntas previas a mi actividad investigadora: ¿para qué investigo? ¿Por qué quiero saber ciertas cosas? ¿Por qué me empeño en encontrar respuestas a ciertas preguntas? ¿Por qué quiero resolver ciertos problemas?
Obviamente, cuando digo que estas preguntas son «previas» a la actividad investigadora que desempeño, no quiero decir que primero tengo que resolver estas preguntas (o incluso formularlas), antes de poder llevar a la práctica la investigación. Generalmente ocurre justamente lo contrario. Descubro el por qué y el para qué en el proceso mismo de la práctica investigadora. O, para decirlo de otro modo, soy capaz de articular plenamente lo que me motiva, el genuino objeto que anima mi voluntad de saber, a medida que avanzo en mi tarea.
Actualmente estoy embarcado en un proyecto de investigación en el cual me guían los siguientes intereses:
1) ¿Qué relación existe entre nuestra «mente», y todo lo relacionado con nuestra subjetividad y nuestra construcción identitaria a nivel individual y colectivo en la modernidad, y la cultura política de nuestras mal llamadas «sociedades democráticas modernas»? Me interesa entender hasta qué punto nuestras autocomprensiones, que incluyen no solo nuestra manera de concebir quiénes somos, sino también el modo en el cual encajamos en el mundo social y en la naturaleza, determinan nuestras concepciones y prácticas de la política, en el sentido clásico del término. Es decir, no solo como un dispositivo de administración estatal, sino nuestra comprensión de eso que en otro tiempo llamábamos de manera no problemática «el bien común».
2) El segundo interés gira en torno al modo en el cual encajan nuestras maneras de entender la ética y la política en el seno del sistema de relaciones sociales y políticas que llamamos «capitalismo». Aquí lo que llama mi atención es la separación, que uno podría juzgar como «radical» en nuestra época, entre las esferas de la ética, la política y la economía. Lo cual resulta doblemente sorpresivo, porque si uno piensa en términos clásicos, por ejemplo, echando una mirada retrospectiva, por ejemplo, a la obra de Aristóteles, uno descubre que la ética, la política y la economía formaban parte de una totalidad engranada, mientras que, en nuestra época, como ilustran, por ejemplo, las obras de John Rawls o Jürgen Habermas, esta vinculación se ha interrumpido. Hay una ruptura entre las tres esferas: ética (privada), política (pública) y economía (trasfondo último de nuestro orden social), que aparece como irremediable y «natural», debido al carácter sistémico en el que se aprehenden las respectivas esferas.
3) En tercer lugar, me pregunto: ¿cómo pensar y qué hacer con las «víctimas» que produce nuestro sistema de relaciones sociales y ecológicas capitalistas?, y junto a ello, ¿cómo pensar y qué hacer con nuestros ideales de bondad y justicia que hipotéticamente informan nuestro orden moral, cuando evidentemente se encuentran en flagrante contradicción con nuestra praxis societal, especialmente con nuestros comportamientos en la esfera de la economía. En este marco emerge la «vida» como fuente última de todo valor y, por ende, fundamento de toda praxis y criterio de legitimidad a partir del cual debemos juzgar nuestra actual dispensación.
Volvamos, entonces, al comienzo. ¿Por qué y para qué buscar respuestas a estas cuestiones que considero cruciales para entender nuestra situación presente y trazar una posible alternativa frente a nuestra encrucijada actual?
El sistema de investigación académica tiene limitaciones constitutivas que están íntimamente vinculadas con la tierra donde echa sus raíces. El dispositivo evaluativo basado exclusivamente en criterios cuantitativos y los regímenes competitivos que impone son solo el aspecto visible de su degradación. Menos visible es el hecho de que el sistema de educación institucional se ha convertido en un dispositivo dedicado exclusivamente a garantizar los procesos de acumulación capitalista, y por ello es inmune a cualquier ética, política o «económica» crítica del sistema vigente.
Las exigencias del mercado laboral universitario, en el cual las prácticas de explotación y desposesión alcanzan cotas que rondan el absurdo de una meritocracia formal y el ridículo de la competencia cuantitativa que emula el sistema financiero y produce crisis análogas a las del capital ficticio, promueve entre los investigadores «actitudes pervertidas» que hacen imposible el pensamiento crítico, o lo convierte en simulacro o «puesta en escena», emulando en nuestras tareas la cultura de la propaganda que hoy denominamos «posverdad».
Por ese motivo, resulta imprescindible aclarar lo que motiva a la investigación, dejando atrás con un gesto de desprecio el pueril y deprimente esfuerzo por hacernos una «carrera» como investigadores.
En mi caso, lo que me mueven son las siguientes consideraciones:
1. Como ya he dejado entrever, creo firmemente, después de haber analizado la cuestión con esmero y durante un largo período de tiempo, que nuestro régimen actual de relaciones sociales y ecológicas, no solo es in-sostenible (en el sentido que plantea el medioambientalismo), es decir, que nos conduce inevitablemente al colapso civilizacional, sino que está fundado en la superproducción de sufrimiento innecesario (insatisfacción, o satisfacción compensatoria estéril) que hurta a los seres humanos del extraordinario potencial transformador que caracteriza a nuestra especie, al tiempo que condena al resto de las especies que habitan el planeta a una existencia miserable o su extinción.
2. En esta misma línea, considero que los niveles de injusticia, opresión, explotación y desposesión que vivimos en la actualidad superan con creces cualquier otra experiencia histórica previa cuando la observamos sin las anteojeras que imponen los avances científicos y tecnológicos que maquillan la violencia, la desigualdad y la miseria y la destrucción medioambiental que afecta principalmente a las grandes mayorías subalternas de la humanidad y al resto de las especies que habitan el planeta en nuestra «sociedad del espectáculo».
3. Finalmente, estoy convencido de que nuestro destino no está sellado de una vez para siempre, o que estamos predeterminados a la extinción. Creo firmemente que podemos hacerlo mejor, podemos ser mejores. Para ello necesitamos educarnos ética, política y ecológicamente: lo cual implica estar decididos a poner en cuestión los dispositivos burdos y sutiles que disciplinan nuestro espíritu en la microfísica de nuestras relaciones sociales y ecológicas, con el fin de derrotar al sistema de explotación y desposesión en el que estamos cautivos. Como investigadores, la Universidad, la organización académica, el sistema de evaluación y competencia deben ser nuestros primeros objetivos a batir. La única tarea decente en el momento que vivimos es utilizar todos nuestros recursos disponibles, materiales e intelectuales, para dar respuesta a la evidencia de injusticia y maldad intrínseca que expresa el sistema en el cuerpo de todas sus víctimas.