Un año juntos. ¿Una historia de amor?

El gobierno «celebra» su primer año de gobierno con una campaña de aniversario. La fotografía elegida por su equipo de imagen es austera y se asemeja a la mirada desnuda y silenciosa que Macri nos regaló durante la campaña.
El mensaje es claro, aunque a esta altura, no deberíamos ser tan crédulos: «Confíen en mí». Lo ha dicho varias veces, pero sabemos que no ha cumplido. Sus promesas de campaña fueron un fiasco.

Pero esta vez, la imagen contiene otro elemento, un cartelito (semejante al que se utiliza en las campañas en las que se reivindica un derecho) en la que el presidente nos recuerda: «Un año juntos».
El hecho de que esté solo sugiere un mensaje amoroso: el presidente y su gente, cada uno de ustedes, nosotros. El mensaje es personal, una postal para celebrar nuestro aniversario.
Y la respuesta de sus votantes más leales se asemeja al modo en el cual responden los adherentes de un club de fans: lo imitan y, convierten el mensaje en una red de mensajes que consolidan «nuestro año juntos» en una melosa manifestación de cariño y de lealtad.
«Un año juntos» – responde una señora de Gualeguaychú en la cuenta del presidente; y otra, asomada al cartelito que sostiene en Carlos Casares, declara de manera sospechosa: «Por la esperanza que nos diste»; y un señor barrigón afirma sin pudor: «Si, se puede», bajo la consigna elegida por los «monitores» de imágenes: «Un año juntos. Un año de amor».
A nosotros, ante semejante pantomima celebratoria en medio de tanta tristeza, nos toca hacer cuentas y preguntarnos [de veras] qué ha dejado el año:
Quizá, lo más relevante, como sociedad, como pueblo [pese al asco que le produce al macrismo este vocablo maldito] es que en Argentina se vive [una vez más] una suerte de persecución política. Diferente a la que se vivieron en otras épocas [por supuesto] pero una persecución al fin, acompañada por la asfixiante hegemonía de los grupos concentrados de medios que han establecido un blindaje preocupante para la democracia.
Una persecución política que comenzó el primer día de gobierno, pero que echa sus raíces en la funesta campaña de descrédito que se hizo, no sólo contra el gobierno anterior, sino contra todo aquel que osara declarar algún favoritismo hacia sus políticas.
El kirchnerismo es «populismo», y el «populismo» es el vocablo inventado, la cifra, que concentra todo el mal de nuestra época. El «populismo» es el engaño que le hizo creer a la gente [sin más] que existe como pueblo y que tiene derechos. Solo existen individuos, decía Margaret Thatcher, la sociedad es un invento. Y los individuos tienen éxito o fracaso en función de su talento y de su esfuerzo. Cualquier otra variable es irrelevante. El pobre es malo, un vividor, un vago. Y el gobierno está aquí para darle a los ricos lo que pertenece a los ricos, y quitarle a los pobres lo que han osado creer que les pertenece y merecen.
En este marco, quienes no concuerdan con el gobierno en los puntos y en las comas de su relato son tildados de K, independientemente de su filiación política [lo constatamos esta semana cuando los funcionarios del gobierno, incluido el presidente, cruzó a 13 bloques parlamentarios que firmaron conjuntamente la ley de emergencia social y la ley sobre ganancias, acusándolos de K]. «Tuvimos una pesadilla» – dijo el presidente. «Pensamos que habían vuelto los K».
El gobierno se ha cansado de repetir que el camino hacia la “curación» comienza con el «sinceramiento». Pero este sinceramiento no puede consistir exclusivamente en un ejercicio de memoria [arbitraria] del pasado, practicada con fanatismo durante los últimos doce meses, sino que tiene que incluir (y esto es quizá mucho más importante a esta altura) lo que le está ocurriendo al país ahora mismo. Y lo que el país está viviendo es una profunda regresión en términos de derechos civiles, políticos, económicos y culturales.
La economía va para atrás. Todos los datos macroeconómicos son catastróficos. Y las historias personales de esa catástrofe rompen el alma de cualquier persona con el más mínimo atisbo de empatía.
La grieta histórica de la Argentina [la que existió siempre, y que de ningún modo creó el kirchnerismo, como repite el manual al uso] la que vivió Yrigoyen y Perón, la que estuvo detrás de todos los golpes de Estado sufridos durante un siglo, la que está detrás de los 30.000 desaparecidos y el golpe financiero al Dr. Alfonsín, la que dividió al país en la época de Menem, pero también la que explotó dejando un reguero de muerte y hambre en 2001, con De la Rúa, esa grieta, lejos de reducirse a través del [ficticio] diálogo que el macrismo (decía) venía a entablar con las fuerzas políticas y sociales, se ha acrecentado.
El año acaba con el gobierno enfrentado a todas las fuerzas de la oposición, en medio de insultos y descalificaciones incomprensibles hacia aquellos que lo acompañaron durante todo el año haciendo lo que ellos llaman «una oposición constructiva».
Las calles del país están [literalmente] militarizadas. La ministra de seguridad, Patricia Bullrich, ha desplegado un enorme operativo debido a los temores que causa la inquietud ciudadana y el malestar de los más humildes. La «inseguridad» se acrecienta con cada día que pasa. No sólo hay delincuentes en las calles, sino que aumentan los delitos del propio Estado. Es tan peligroso encontrarse con un «chorro» como con un policía o un gendarme en las calles de la ciudad.
Las fuerzas de seguridad han alcanzado récords de homicidios en las comisarías y se han multiplicado los asesinatos por «gatillo fácil». Se han producido numerosos linchamientos, algunos de ellos promocionados y justificados abiertamente por la prensa canalla. Al tiempo que crecen las evidencias y denuncias por torturas realizadas por las fuerzas de seguridad del Estado y el control arbitrario de la población.
La pobreza se expande en todos los registros materiales y se multiplica, psicológica y emocionalmente, entre la población. La gente se derrumba, las familias sufren, los chicos pierden sus derechos, mientras los sectores privilegiados de la sociedad acrecientan su ventaja frente al resto y celebran de manera frívola sus beneficios mal habidos.
Mientras tanto, uno de los principales aliados del gobierno, en su provincia (Jujuy) impone una justicia feudal, condenada por todo el arco de organismos y organizaciones de derechos humanos, referentes y académicos de renombre, llevando al gobierno en un gesto caprichoso a enroscarse en sí mismo, haciendo un papelón que hace retroceder a la Argentina ante toda la comunidad internacional en uno de los temas que mayor reconocimiento le valió durante las últimas décadas: la defensa de los derechos humanos.
Sin embargo, el blindaje mediático da sus frutos: un gobierno que vino para resolver los problemas de los argentinos, pero acabó agravándolos, sigue teniendo aire.
Es el aire de una «esperanza» que se ha convertido más bien en una maldición, porque con cada día que pasa, el deterioro es mayor, y aunque los números macroeconómicos resulten relativamente mejores el año que viene, lo serán selectivamente y no para el conjunto de los argentinos.
Una vez más, Argentina apuesta a ser parte del mundo neocolonial, con una población sobrante que no recibirá el apoyo de un Estado benefactor y a la que no se le reconocerán sus derechos, y unas élites cosmopolitas que, bajo el pretexto de una política meritocrática y falso realismo, se pone al servicio de los intereses corporativos, accionando para explotar nuestras riquezas y oprimir a su pueblo. Este que ellos tanto detestan.