Hace unos días el gobierno de Israel emprendió una ofensiva sobre el territorio de Gaza. El resultado hasta el momento son más de trescientos cadáveres y un millar de heridos.
Frente a la atrocidad de las imágenes, las razones esgrimidas por el gobierno Israelí aumentan el sentimiento de una perversa motivación subyacente.
La historia de los excesos israelíes en su ‘hipotética’ lucha contra el terror es tan prolongada, y tan persistente el cretinismo de quienes defienden sus políticas, que resulta difícil atinar las palabras.
En momentos así es cuando hablar parece no servir de nada.Las palabras se han hecho huecas, tontas, frívolas. ¿Cómo decir el asesinato que estos ojos nuestros ven?
¿Hemos llegado acaso a un momento de la historia tan funesto que los gestos resultan bufonadas? La condena internacional nos hace reír nerviosamente, indignados.
¿Recuerdan los bombardeos sobre el Libano?
Mientras veíamos morir discutíamos lo apropiado de los adjetivos y la gramática de la disuasión se convirtió en el testimonio de la complicidad.
Entre las razones que hacen intolerable la respuesta de Israel, es que pretende ser uno de los nuestros. Con ‘uno de los nuestros’ queremos decir que ellos no son como sus adversarios, terroristas despiadados que utilizan la crueldad como instrumento para el logro de sus fines.
Los vuelos de la CIA en territorio europeo, la encubierta sub-contrata de campos de concentración para lidiar con la política inmigratoria, Guantánamo y los horrores a los que nos tienen acostumbrados las empresas de mercenarios en Irak, etc. ha hecho que nuestra auto-interpretación pueda, cuando menos, ponerse en duda.
Pero Israel ha dado muestras suficientes, desde hace ya muchas décadas, de no formar parte de ese pretendido ‘nosotros’ que considera como principios fundacionales de nuestra civilización, el respeto a la vida, la igualdad de todos los humanos, y la aspiración universal a eliminar o minimizar el sufrimiento.
Los ataques de estos días sobre Gaza, como ocurrió hace no mucho tiempo con la población libanesa, junto al maltrato y vejación sistemática de la población árabe, el bloqueo persistente a los suministros indispensables de alimento, agua y medicina que afecta especialmente a la población infantil, da muestras del grado de perversidad de la política israelí.
Hablar de desproporción en relación al ataque puede parecer condescendiente en vista al tamaño del crímen presenciado, pero no es así. La desproporción es la medida que separa el vicio de la virtud. La respuesta de Israel es un vicio atroz, fruto del miedo, pero también de la arrogancia, y sobre todo de la impunidad que le ha regalado la comunidad internacional.