Vigilar y castigar: sobre espionajes y otros escraches

Mensaje dirigido a exkirchneristas, pejotistas Pro, radicales neoliberales y socialistas travestidos del «Tiempo nuevo» y otros amigos que se dicen «equidistantes».
Esta semana comenzó a desvelarse públicamente algo que todos sabíamos. El gobierno nacional, a través de la AFI, espía ilegalmente las cuentas privadas de periodistas críticos. Esta es solo la punta del Iceberg de una práctica habitual de la política PRO, cuyo esfuerzo más notorio consiste en perseguir mediática y judicialmente, de manera parcial y partidista, a opositores y críticos.
Con ello se pone de manifiesto:

(1) La enorme apuesta del gobierno de Cambiemos por controlar y manipular las redes sociales (el porcentaje presupuestario dedicado a estos asuntos ha crecido exponencialmente y la preocupación por la comunicación es un síntoma de esta obsesión);
(2) El empeño por silenciar a críticos y opositores por medio de una aceitada «política de medios» dirigida a desacreditar de manera sistemática y encarnizada a cualquiera que alce su voz contra la actual implementación de medidas regresivas (se escudriña en el pasado, o simplemente se lo inventa o distorsiona, se lo echa sobre la mesa pública sin escrúpulos, se manufactura el odio, como en el pasado, pero ahora con la totalidad del aparato gubernamental y mediático en sus manos).
(3) La embestida legislativa y judicial dirigida a la re-monopolización de la esfera pública, con el objetivo de desarmar y amedrentar narrativamente y reprimir violentamente a la sociedad civil (la política de medios favorece la continuidad del «periodismo de guerra», que ahora se ha convertido en «vigilancia y represión ‘en tiempos de guerra'»: la figura de «traición a la patria reflotada judicialmente por letrados y jueces fanáticos que la utilizan en el llamado «caso Nisman» es una ilustración de ello).
(4) La implementación de una gestión disuasoria contra los agentes políticos «recalcitrantes» que enfrentan la actual política antipopular del gobierno, haciéndolos «desaparecer» por medio de campañas mediáticas de descrédito, judicializando sus opiniones, el empleo patoteril de las fuerzas de seguridad o la delincuencia común (como en el caso de la jueza Martina Forns en el que se unió la parcialidad político-judicial con una notoria discriminación de género), con el fin de imponer una única voz, un «pensamiento único» – como solía decirse en los noventa – entre fiscales, jueces, dirigentes, periodistas y otros actores claves de la sociedad civil.
(5) Finalmente, la obsesión patológica por acabar con el llamado «pasado K» y todo lo que esté asociado a la cultura nacional y popular – reiteración miope del inútil atraco a la memoria colectiva que supuso la mal llamada «Revolución Libertadora». Y el empeño por reescribir la historia, en un esfuerzo «negacionista» por hacer desaparecer las huellas del horror en la propia genealogía del PRO, heredero «secularizado» de dictaduras y políticas antidemocráticas, hoy legítima manifestación de las derechas argentinas a través del voto popular, que ahora intenta arraigarse en la consciencia colectiva, más allá de la fortuna que supuso el 1% que le dio la victoria, gracias al rejunte de radicales empedernidos con su gorilismo, socialistas despechados y pejotistas ofendidos, en una época de «ruido y furia» política, de avanzada neoliberal y neoconservadora en todo el continente y el mundo.
La detención ilegal de la dirigente social Milagros Sala y otros miembros de la Tupac-Amaru;
La implementación de una política tarifaria arbitraria y confiscatoria de los servicios básicos, y el aumento exponencial de la pobreza, especialmente la pobreza infantil, con casos ilustrativos de la gravedad del asunto en términos de mortalidad infantil y el aumento de la delincuencia juvenil.
La creciente represión policial sobre los movimientos sociales y la exacerbación discriminatoria de las fuerzas de seguridad con los pobres;
La completa indiferencia del Estado Nacional frente a la explotación indiscriminada de los recursos naturales del país y los daños ecológicos, como en el caso de la contaminación reiterada e impune de la Barrick Gold.
Todo esto, acompañado por una estrategia cuyo objetivo consiste en: (i) desorientar a la población, promocionando sus más bajos instintos por medio de la incansable exacerbación de conflictos internos; (ii) mantener a la opinión pública en la superficie de sus emociones: el miedo, la frustración y la bronca; (iii) facilitando de este modo la reimplantación de políticas que creíamos superadas de manera definitiva: (a) la remilitarización del espacio público; (b) el regreso oficial de la CIA y la DEA (justificado por la amenaza terrorista y el narcotráfico) al aparato represivo local; (c) la subordinación de las políticas sociales, económicas y políticas locales a los mandatos de los organismos multilaterales como el FMI o el Banco Mundial.
Todo esto obstaculiza cualquier articulación crítica que pueda traducirse en formas de resistencia popular a las políticas de saqueo, las cuales, a todas luces, están siendo acompañadas por una gestión eugenésica de la pobreza y un recorte acelerado de los derechos civiles, políticos, socioeconómicos y medioambientales.
Ejemplos paradigmáticos de estos retrocesos en el ámbito de los Derechos humanos son:
Muchos lo señalan desde hace meses. Los argentinos están im-plosionando (explotando hacia adentro), con el resultado previsible que supone la creciente asunción de discursos anti-garantistas, xenófobos, que animan a la mano dura y al gatillo fácil, a la justicia por mano propia (lo cual ha desembocado en numerosos linchamientos que el propio presidente justifica en una muestra evidente de ligereza moral o amoralidad manifiesta).
Muchos amigos y colegas, críticos frente a las políticas del actual gobierno, quienes habían estado denunciando atropellos e ilegalidades, se han visto obligados a «retirarse» de las redes sociales. Prefieren mantenerse en el anonimato ahora que los cuadros políticos (otrora opositores) se han dado la vuelta de manera oportunista y han decidido unirse a los festejos del saqueo.
Sabemos que somos espiados, que somos incluidos en listas negras, que nuestras opiniones son archivadas con el fin de asegurar que, llegado el caso, podamos ser denunciados, desprestigiados, y desacreditados ad-hominem.
Espero que seamos conscientes que Argentina (América Latina en su mayor parte) está viviendo otra vuelta de tuerca de la época de «El silencio es salud» que hizo celebre la dictadura militar.
No es exagerada la afirmación del presidente Correa cuando señalaba, hace unas pocas semanas, que estamos viviendo una nueva versión del «Plan Cóndor» en nuestra región.
Tampoco es banal afirmar que las reacciones del pueblo argentino en mucho se asemejan a las que tuvo en el pasado más negro de su historia: en muchos casos indiferencia, y en otros, complicidad explícita.
Por supuesto, en el marco sofisticado que facilitan las nuevas tecnologías, la muerte física es traducida en muerte civil y política, y en linchamiento mediático-judicial.
En síntesis, este momento comparte con los noventa el «tufo» neocolonialista y neoliberal que caracterizó al menemismo, y el alcahueteo indecente que hizo trepar a muchos civiles, cuyos hijos ocupan puestos destacados en la actual administración, a las alturas privilegiadas que vehiculó la cúpula militar.
El macrismo exige sacrificios indecentes a quienes quieren entrar en su fiesta. Los aspirantes (otrora kirchneristas, pejotistas, radicales o socialistas) son alistados, luego pasados por la sedazo de la humillación que supone toda «traición pública» a las propias convicciones anteriores. Para sellar el pacto, se les exige muestras evidentes de crueldad que en su mayor parte ejercen sin sonrojarse. Como todo en el espacio PRO del «sinceramiento» promovido por su «neolengua», la representación es burda, con rasgos de grotesca obscenidad.
Pese a las declaraciones rimbombantes, los defensores de la actual política desprecian a la «Argentina profunda», a su gente y a su historia de pasiones y resistencias ante la injusticia. Son el relevo en nuestra narración nacional, de los personajes más siniestros de nuestro panteón, y ejemplos criollos de una fealdad universal.