«Yo confío en ustedes”. Sobre el buenísimo (Cínico)

La verdad y la mentira

Karl Marx señaló en una ocasión:

Un delincuente produce crímenes: un delincuente, además, produce la totalidad de la policía y la justicia penal, comandantes, jueces, ejecutores, jurados, etc.; y todas esas líneas diferentes de asuntos, que forman muchas categorías de la división social del trabajo, desarrolla diferentes capacidades de la mente humana, crea nuevas necesidades y nuevas formas de suplirlas. La mera tortura les ha dado paso a las más ingeniosas invenciones mecánicas, e hizo uso de muchos reconocidos inventores en la producción de instrumentos. ¿Habría alcanzado alguna vez las cerraduras su actual grado de excelencia si no hubiera habido ladrones? ¿Habría alcanzado la manufactura de billetes la perfección presente si no hubiera habido falsificadores?

Como dice Costas Douzinas, «las líneas argumentales de este texto de Marx son penetrantes e irónicas a un mismo tiempo». Nosotros deberíamos sacarles provecho. Ponerlas en nuestro contexto.
En la pugna política que caracteriza nuestra región, las izquierdas populistas y las derechas conservadoras han ido transformando su respectivo armamento retórico al ritmo de los «avances» de sus contrincantes. No debemos olvidar que la situación actual, como todas las precedentes, son coyunturales y transitorias.
Sin embargo, nuestras perspectivas subjetivas pueden llevarnos a creer que se trata de una victoria definitiva de las fuerzas regresivas. Hay mucho desaliento y desesperanza, y una suerte de aceptación ciega, de conformismo triste, entre una parte de la ciudadanía que se sabe presa de su propia equivocación electoral, neciamente se aferra a su decisión debido, en parte, a que se le ha hurtado sistemáticamente el pasado para imponer la visión de que lo que nos toca era y es un destino ineludible.
Pero nuestra lucha es, antes que ninguna otra cosa, una lucha retórica. Tenemos que encontrar las palabras y los gestos que le devuelvan a los términos «igualdad», «libertad» y «solidaridad» los significados utópicos con los que nacieron en el corazón de las víctimas y los revolucionarios del pasado. Y eso comienza con el sencillo, pero no por ello menor reconocimiento de la transitoriedad de nuestra situación. Hoy, 1 de enero de 2017, es el mejor día para reconocer que todo pasa, todo cambia, todo es efímero, y que está en nuestras manos darle la vuelta a nuestro destino autoimpuesto en pos de un mundo mejor.

El macrismo entendido como bendición

En ese contexto, cabe reconocer que el macrismo es una desgracia, pero también una suerte de regalo caído del cielo. Como el delincuente, que acaba convirtiéndose en el motor del progreso tecnológico de la sociedad; o como el virus que, o bien nos mata, o nos fortalece. El macrismo puede convertirse en una vacuna contra las amenazas que acechaban desde dentro al campo popular, y acabar fortaleciéndonos. La enfermedad es dolorosa y la transición difícil. El resultado nunca es seguro, pero no debemos tirar la toalla.
No se trata de alimentar rencores o promover acusaciones personales. De lo que se trata es de identificar las líneas retóricas del pasado que alimentaron las deserciones y las traiciones en el presente. Después de todo, lo que estamos combatiendo, contrariamente a lo que muchos creen, no es a las personas, sino a las ideas que esas personas encarnan. Nuestra tarea sigue siendo la misma que en el pasado: convencer.
El «delincuente» de nuestra metáfora nos da ocasión de afilar nuestras descripciones, sacar conclusiones normativas, visualizar nuestros imaginarios utópicos y, con ello, convencer a quienes, confundidos por la maquinaria mediática y publicitaria al servicio del capital depredador, se han dejado seducir por sus verdugos.

Mensaje presidencial de fin de año

El mensaje de fin de año del presidente Mauricio Macri a la ciudadanía argentina debería ayudarnos a entender dónde nos jugamos hoy día la hegemonía cultural.
El Macri de Rotzinger y Durán Barba se ha apropiado del «buenísimo [cínico]» espiritual, habla como un gurú el lenguaje de los gatitos y los perritos que infecta las redes, de los eslóganes vacíos de la estética cool y de la transparencia que enseñan en las escuelas de negocios. El éxito ha consistido en insertar esas retóricas livianas en los textos y subtextos de la política.
El resultado es asombrosamente exitoso. Con menos que nada, el macrismo y sus huestes de «buenistas cínicos», armados con su espiritualidad de bolsillo y sus sonrisas de ocasión, han alcanzado a colonizar los imaginarios de amplios sectores de la población, cooptados por el nuevo lenguaje minimalista de las redes sociales que se resiste a cualquier enunciación crítica que demande prolongarse más allá del logos virtual. El lenguaje de los «me gusta», «me encanta» y «me deja de gustar».

Concepciones de la política

No hay duda, nosotros somos la vieja política, la política que aún está enamorada de la acción humana (como la concebía Hannah Arendt, por ejemplo), que aún cree en la necesidad de la dignidad y el reconocimiento mutuo, de la «Democracia» con mayúsculas y los derechos humanos entendidos como resistencia, rebelión y utopía de los de abajo.
El macrismo, junto con una parte nada desdeñable de la oposición blanda que se hace llamar «la nueva política argentina», han visto en estas retóricas de «buenismo [cínico]» una oportunidad para un negocio redondo, y se han entregado a ellas voluntariosos: no se trata ya de gobernar, sino de administrar la imagen de las grandes empresas multinacionales y los imperios capitalistas desde el seno del Estado.
Por lo tanto, no deberíamos confundirnos. Lo interesante no es que el gobierno cuente en su plantilla con un puñado de CEOs, ese es un dato empírico, circunstancial. Lo interesante es que el gobierno se ha asumido como el «brazo armado» de los grandes actores del capitalismo globalizado. Y al hacerlo nos ha devuelto a una situación cuasi-feudal, aunque formalmente democrática.
En este sentido, Argentina es otra vez un laboratorio en el que el mundo ensaya sus recetas regresivas más audaces.