Argentina definió sus precandidatos para las elecciones que se celebrarán este año. La primera impresión es que la derecha y el peronismo «progresista» han llegado a un acuerdo tácito, impronunciable. Se discutirá de todo, menos de lo más importante.
El establishment político avanza hacia un consenso que recuerda el de los años noventa sobre las privatizaciones. Esta vez, lo que se entregarán son recursos clave como el litio, y con ello soberanía política, justicia social e independencia económica.
El modelo que viene es decididamente extractivista. La política, de ajuste profundo. La deuda, una vez más, servirá para arrodillar a las clases populares.
En este contexto, la izquierda parece la opción más decente, aunque se la acuse de trasnochada. La derecha institucional promovió a Milei para correr la discusión al extremo y presentar como aceptable su beligerancia frente a las monstruosidades retóricas del candidato de ultraderecha. Instalar las propuestas de la izquierda en la agenda popular, obligará al peronismo «progresista» a moverse en dirección contraria.
Con la actual distribución de fuerzas, Jujuy se convirtió en un espejo narcisista. Vimos y escuchamos la impúdica defensa de la sangre y el fuego por parte de la derecha. Pero también fuimos testigos del entente del radicalismo xenófobo de Morales y el peronismo entreguista.
Es cierto, no se le puede pedir a Cristina más sacrificios. Después de dos décadas de lucha, persecución despiadada en su contra, y un intento de magnicidio televisado, sería canalla cargar las tintas contra la actual vicepresidenta. La gratitud del pueblo hacia ella será «eterna» —tan eterna como lo permite la historia, siempre olvidadiza.
Ahora bien, eso no significa que la candidatura de Massa deba aceptarse sin derecho de inventario.
Las razones pragmáticas que se invocan, y el llamamiento a una alineación sin fisuras detrás de la decisión tomada no resultan convincentes. Entre otras cosas, la represión en Jujuy demostró que mientras unos te pegan, los otros miran para otro lado. Milagros Sala —sin ir más lejos— sigue presa, abusada brutalmente, despojada de sus derechos fundamentales, mientras en Buenos Aires —digo bien— se discute el «sexo de los ángeles».
Aquí, los ángeles tienen una naturaleza algorítmica. Su aleteo decide la fortuna de nuestros cuerpos hambrientos, cansados y sudorosos desde la lejanía de las pantallas de los operadores financieros.
El nuevo sacerdote (Massa), bendecido por las élites internacionales y locales, recibió ayer el beneplácito de nuestra más eximia representante (Cristina), rendida, en un gesto de pragmatismo encomiable, aunque indigerible, ante el poder innominable que le marcó la cancha.