La respuesta resultó desconcertante, tanto para el oficialismo «oficial», como para el disfrazado oficialismo que le hace la pelota a Cambiemos. Para la oposición fue un elixir de esperanza y un espaldarazo para la ciudadanía que hoy vuelve a creer que es posible recuperar el poder popular y echarse al hombro la recuperación del país.
La reacción individual tuvo gestos de grandeza que parecían olvidados en la sociedad. La aprobación fue unísona. Hubo toses, como la de Duhalde, y silencios elocuentes, como los de ese sector del peronismo federal que parece querer hundirse con Cambiemos en el agujero de la historia antes que dar el brazo a torcer.
Massa, en cambio, mostró inteligencia y aplaudió la jugada de unidad dejando la puerta abierta para llegar a un acuerdo en los próximos días. Si los pronósticos no son errados, en función del amanecer que se asoma luminoso, pese a la tormenta nocturna, Argentina se enfila hacia un nuevo comienzo.
Si finalmente la fórmula Fernández-Fernández de Kirchner tiene el éxito que se espera y se reordenan las prioridades de gobierno en función de las lealtades patrióticas que demanda el pueblo y las urgencias que exige la encrucijada, «la catástrofe» política y moral que han supuesto estos cuatro años de gobierno macrista podrán reescribirse en la historia popular como una oportunidad.
En este sentido, el mandato es claro: todas las acciones deben ir encaminadas hacia la consolidación de la unidad. Cristina señaló el camino, Fernández aceptó con humildad el encargo. El pueblo, que confía en su líder, parece dispuesto a darle su voto.
En los últimos meses, la figura de Alberto Fernández ha ido creciendo sin pausa. Sus dotes comunicacionales en un escenario polarizado como el que vive el país lo han terminado por convertir en la opción elegida. Eso no significa que el kirchnerismo, y el peronismo en general, no tuviera otros cuadros ejemplares. Kicillof, Solá y Rossi, por ejemplo, han dado sobradas muestras en los últimos años de una capacidad dialogante que no va en desmedro de sus convicciones, y no se altera pese a los golpes bajos, las trampas y la mentira sistemática que usa como arma de guerra el oficialismo acorralado. Pero Alberto Fernández suma a ese talante, imprescindible para el nuevo período, otros rasgos que justifican con creces el lugar que hoy ocupa: no es menor el acceso que tiene a sectores de la sociedad históricamente vedados al kirchnerismo.
Por otro lado, no es menor la presencia de Cristina en la fórmula. Pese a las acusaciones de «extravagancia» con la que se juzga la fórmula en los medios oficialista, Cristina da solidez y gobernabilidad al proyecto de recuperación que propone el país. Eso no significa, como pretende la oposición más vociferante, que Fernández será «el chirolita» de Cristina. Quiere decir, más bien, que el lugar vacante, que en la democracia ocupa el representante del pueblo en su función ejecutiva, tiene la venía y confianza del poder popular.
El futuro inmediato exige compromisos incluyentes y grandeza de espíritu. A Cristina le gusta hablar de la historia y eso resulta desconcertante para los «vecinos», la mera «gente», a la que le habla el macrismo, pero resulta profundamente significativo para la ciudadanía.
El imaginario programático al que se refirió Cristina al hablar en la Sociedad Rural de «ciudadanía responsable» pone en evidencia la arbitrariedad de las adjetivaciones de la política argentina en los últimos años. El pretendido «republicanismo» de Cambiemos acabo siendo, como el resto de sus promesas de campaña, palabra hueca. La decadencia institucional (especialmente en el ejecutivo y en el poder judicial) y la militancia represiva son lo más alejado que uno pueda imaginar de esas banderas levantadas en lógica maquetinera.
Finalmente, la palabra «traición» es un vocablo que tendremos que guardar en el trastero en esta nueva etapa. El macrismo fue arrollador, se presentó a sí mismo como «fin de la historia». Fueron muchos los que se dejaron arrastrar, seducir, apretar, por la inevitabilidad de la nueva dispensación de los globos amarillos y el regreso al mundo.
Aún así, excepto para los más recalcitrantes, el mal perpetrado durante este período ha sido tan profundo, la ineficiencia ejercitada por las estrellas oscuras del equipo conductor tan notoria, y el egoísmo del presidente y su círculo íntimo tan evidente, que hoy la coyuntura exige que dejemos atrás los rencores para reconstruir otra Argentina posible.