Democracia o neoliberalismo

Como señala Wolfgang Streeck, la democracia se caracteriza por ser un tipo de régimen que, “en nombre de los ciudadanos, utiliza la autoridad pública para modificar la distribución de los bienes que resultan de las fuerzas de mercado”. En contraposición a la democracia, los gobiernos plutocráticos que asumen los mandatos y principios neoliberales son aquellos que suprimen las demandas de la sociedad, especialmente aquellas demandas que provienen de los trabajadores sindicalizados y otros actores sociales. El Estado que los gobiernos neoliberales aspiran a construir es un Estado fuerte, pero orientado a torcer la voluntad popular. Como señala Streeck, «el mercado puede volverse inmune a los correctivos democráticos a través de una reeducación neoliberal de los ciudadanos o a través de la eliminación de la democracia». En el primer caso, de lo que se trata es de adoctrinar al público sobre la teoría económica estándar que promueve el gobierno. Un ejército de fundamentalistas del mercado invade los plató de televisión, las radios y otros medios de prensa explicándonos por qué razón la justicia del mercado, en contraposición a la justicia social, es la única justicia posible.

Hace unos días, el periodista Alejandro Bercovich nos recordaba que el problema de la Argentina no es Macri, ni ninguno de los protagonistas de la saga Cambiemos (los cambios de gabinete y las florituras estéticas con las que se encara la crisis no hacen a la diferencia). Aunque cada uno de ellos (pensemos en Caputo, Aranguren en su momento o el mismo Peña), como otros políticos de diferente signo, deberán dar cuenta personal de su accionar público en el contexto de un debido proceso, político o penal. Lo que verdaderamente está en cuestión es el rumbo económico impuesto al país.

No obstante, dicho de esta manera, la cuestión parece mucho menos grave de lo que verdaderamente es. Puede dar la impresión de que basta con un giro “técnico” en la política económica, o la invención creativa de alguna argucia financiera, para que podamos darle la vuelta a la encrucijada. Los periodistas del establishment hacen cuentas, piensan en términos electorales y vaticinan diferentes escenarios a partir de correcciones ad hoc que esperan Macri se resuelva a realizar. Pero lo cierto es que ninguna medida del gobierno puede resolver el problema, porque el problema es, estrictamente hablando, la totalidad de la economía política que encarna el gobierno. Y eso significa, todo el entramado político, social y cultural que propone el macrismo que no es, ni más ni menos, que un atentado contra la sociedad en su conjunto, a favor de las mayorías privilegiadas.

Una cadena de equivalencias vincula las miles de protestas que se llevan a cabo a todo lo largo y ancho del territorio argentino semana tras semana. Vincular esos malestares (trabajadores despedidos, discapacitados deshauciados, maestros pauperizados, científicos hambreados, comerciantes fundidos, niños desnutridos, universidades desfinanciadas, jubilados estafados, etc.), hacer visible que todos ellos son el resultado del modelo gubernamental-corporativo de apropiación y explotación, la misma lógica de desposesión, es la tarea clave que tiene hoy la ciudadanía y sus dirigentes si no quieren ser reducidos a mero decorado mendicante en un futuro próximo.

Las formas legales no definen el carácter democrático de un gobierno. A decir verda, la legitimidad de las democracias liberales está en crisis en el mundo entero. El malestar entre las ciudadanía s planetarias del norte y el sur global se extienden  produciendo toda clase de radicalismos (xenofobias, nacionalismos exacerbados, fundamentalismos de todo tipo) como respuestas patológicas ante el fracaso del proyecto emancipador que prometía la democracia popular traicionada.

Las razones de esa crisis de legitimidad son fáciles de entender cuando uno piensa de qué manera, especialmente a partir de mediados de la década de 1970, la tendencia global ha estado orientada a poner a los Estados al servicio exclusivo del capital, en detrimento de la población trabajadora y el cada vez más grueso segmento social excluido del campo del trabajo debido a las políticas concertadas de empleo y desempleo.

El gobierno macrista tiene (apenas) la legalidad de una democracia formal. Pero ninguna elección (ningún contrato) es un cheque en blanco. La legitimidad democrática se negocia con cada medida adoptada. Si el contrato se rompe por parte de una de las partes, es legítimo que la parte traicionada exija una revisión. El propio Locke, padre del liberalismo moderno, promovió el derecho a la rebelión frente a la injusta imposición de impuestos. Hoy es el pueblo argentino llano el que es sometido a una tasa de miseria, fruto de la doble estafa que se perpetró con el reendeudamiento y las facilidades establecidas para la masiva fuga de capitales y la timba financiera implementada por el gobierno.

El reendeudamiento y la cesión de la autoridad soberana al FMI por parte del gobierno condiciona no solo al gobierno actual sino a todo gobierno futuro, cualquiera sea el signo político que represente. Sin embargo, aún estamos a tiempo de frenar el crecimiento exponencial de la deuda que nos convertirá en un país de morosidad crónica durante las próximas décadas, forzado a deshacerse de su patrimonio para cumplir con las exigencias financieras contraídas, y sus secuelas.

Una alternativa al actual modelo no puede ser miope. Evidentemente, la alternativa política a este modelo debe ser honesta. Como decía Yanus Varoufakis a sus conciudadanos griegos hace unos años parafraseando a Churchill, lo que se nos exige es “sangre, sudor y lágrimas”. No saldremos de esta catástrofe por arte de magia.

El macrismo también nos exige un sacrificio, pero es un sacrificio sin futuro. El nuevo programa político tiene que estar fundado en la convicción y la voluntad de escapar al abismo abierto por la actual administración. Hasta el momento, la brutal transferencia de riquezas que ha hecho más ricos a los ricos a costa de las grandes mayorías ha sido una estafa descomunal, pero aun somos los dueños colectivos de las “joyas de la familia”. El proceso de privatización no se ha puesto aun en marcha. Es cierto, la transferencia de riquezas a los ricos ha sido brutal, pero aún estamos a tiempo de una catástrofe mayor. De acuerdo con los mismos principios liberales que defendió Locke, una rebelión popular contra las medidas de ajuste que impone el gobierno está plenamente legitimada.