Hace sólo un año, algunos de los «ilustres» analistas que hoy reconocen el acelerado crecimiento de la economía argentina y se esfuerzan por desconectar los éxitos relativos logrados por el proyecto político kirchnerista, sostenían que Argentina se iba al carajo. Me acuerdo con cierto cariño de esos días aciago en los que era posible confrontar las profecías catastrofistas de los gurúes que nos ponían peliagudos anunciándonos la muerte del cordero con los datos “duros” de la realidad macroeconómica. Ni tontos ni perezosos, los analistas en cuestión se deshacían de un plumazo de nuestra argumentación haciendo vagas referencias al INDEC o exasperados nos señalaban con desdén como kirchneristas supersticiosos, como fánáticos K, ciegos al caos que se avecinaba.
En fin, esos días han pasado sin pena ni gloria, dejando a su paso un reguero de mentiras de las cuales aún se hacen eco los más desinformados. Los gurúes, por su parte, sabedores de las evidencias ahora incuestionables, silenciosamente, han ido mutando su discurso para acomodarse a los signos ahora ineludibles de desarrollo que hace algunos meses negaban rotundamente.
Ayer, decían: «Argentina se desliza sin desvío hacia un abismo, debido al empeño populista de la clase dirigente K». Hoy, en vista a la innegable contundencia de los datos, la discusión se plantea de otro modo. «Crecemos, nos dicen, pero no podíamos hacer otra cosa. Crecemos pese a los K, no gracias a ellos.»
Este arrebato de raciocinio materialista, determinista, cuasimarxista, pretende abstraer de la historia todo voluntarismo político.
Para estos analistas, el crecimiento que vive Argentina es producto de la ciega imposición de las leyes naturales del mercado, que en la encrucijada de este comienzo de milenio ha favorecido a los mercados emergentes, mientras las economías tradicionales que lideraron el impulso de crecimiento planetario se ven enfrentadas a una acumulación crítica de factores desfavorables, debido a problemas estructurales económico-financieros que amenazan los equilibrios socio-políticos de nuestros admirados mentores.
Por supuesto, ideas de este tipo no son nuevas en la historia de nuestro país. Recuerdo con especial «simpatía» el modo despreciativo en el cual, durante mi niñez, los antiperonistas recalcitrantes hablaban de las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales llevadas a cabo por el peronismo de la primera época.
Lo importante para estos analistas es dejar en claro que todo lo malo que está ocurriendo en la patria se debe al carácter despótico, ilegítimo de la actual gobernación del país, ocupada exclusivamente en amasar poder a cualquier costo, al tiempo que se invisibiliza cualquier consideración ideológica que otorgue validez ético-política al proyecto que promueven.
Para adoptar una lectura de este tipo es necesario distorsionar el análisis removiendo del mismo, como decíamos, toda consideración ideológica respecto a la promoción de condiciones secundarias que hayan colaborado en la potenciación de las causas coyunturales de crecimiento.
Pongamos un ejemplo.
De acuerdo con este relato, el desarrollo económico, ahora innegable, se encuentra conectado con la actualización relativa del potencial regional latinoamericano. Pero esta actualización relativa no está ligada de modo alguno, nos dicen, a la feliz coincidencia en la implementación y compromiso de concertadas políticas latinoamericanistas por parte de algunos gobiernos de la zona.
Estos analistas, aun cuando conceden importancia al desarrollo regional, se apuran a agregar que en modo alguno dicha importancia ha sido promovida voluntariamente por los gobiernos de turno, que con ello han dado la espalda a la perversa tradición neocolonial de fragmentación continental que han practicado los “gobiernos cliente” de otras épocas.
En este sentido, la relevancia internacional de Argentina nunca ha sido más consistente y prometedora. Esta presencia de Argentina en el mundo concuerda con una postura de relativa independencia adoptada respecto a cuestiones que históricamente eran decididas en términos obsecuentes, en consideración a los intereses de las potencias a las cuales habitualmente rendíamos nuestra pleitesía.
Desde el comienzo, el mandato Kirchnerista ha estado dirigido (pese a las abundantes críticas que el archivo saca a relucir con tremenda obstinación) a afianzar lazos comunitaristas con los pueblos hermanos de Latinoamérica, convirtiéndose, junto a Brasil y Venezuela, en uno de los principales promotores de la materialización institucional de los potenciales integradores en la cultura, la sociedad, la política y la economía, que la ruptura del paradigma de la globalización unilineal ha traído consigo.
Argentina, como otras potencias emergentes, se encuentra abocada a la tarea de construcción de una modernidad alternativa. Eso significa, por un lado, la promoción de los factores funcionales, operativos de la modernización, a los cuales estos analistas conceden absoluta relevancia. Pero también, el descubrimiento e invención de trazos peculiares de su modernización cultural.
No cabe la menor duda que el liberalismo y el neoconservadurismo latinoamericano tiende a confundir la modernización cultural y societal. Estas perspectivas pretenden que el honorífico “sociedad modernizada” a la que aspiramos, necesita, además de cumplimentar con los criterios operativos y funcionales de la modernización, adoptar las formas culturales de las sociedades del Atlántico Norte (sea en su versión estadounidense o en su variedad anglocontinental).
El kirchnerismo, en este sentido, forma parte de un movimiento nacional (y regional) que se encuentra abocado a interpretar y conducir una forma de modernización alternativa. El liberalismo y el neoconservadurismo local, insiste en leer nuestras peculiaridades culturales como signo negativo respecto a la modernización societal.
En consonancia con otros movimientos emancipadores latinoamericanistas con los cuales aspira a la invención de una soberanía regional, el kirchnerismo ha sido un factor ideológico imprescindible para esta nueva etapa.
Pese al desorden aparente de su advenimiento, se encuentra asociado a todos los movimientos emancipadores de nuestra historia, y se define en contraposición a los movimientos pseudocolonialistas que han urdido discursiva y activamente la fragmentación del continente a favor de relaciones carnales privilegiadas con las potencias hegemónicas en cada época histórica, y en detrimento del ejercicio efectivo de la soberanía popular.
Cualquier análisis que no tome en consideración estas cuestiones cruciales de nuestra época, o bien peca de una profunda incomprensión histórica, o bien está asumido como propaganda concertada para poner coto al desarrollo y mutación de la subjetividad sudamericana, abocada con fuerza a descubrir e inventar una nueva identidad para este nuevo siglo ya nacido, que ahora comienza a dar sus primeros pasos.