Hoy quiero pensar sobre lo que significa discutir con alguien. Creo que es un tema importante.
Para empezar, quiero defender algo que mis amigos pueden corroborar. Mis relaciones con la gente no están fundadas de manera exclusiva en la afinidad ideológica que puedo tener con ellos. Tengo amigos que pertenecen a los más variados grupos humanos, que se adhieren a las más variadas ideologías, que sostienen una variedad indecible de posiciones.
Eso no significa que me adhiera a la injustificada creencia de que todo el mundo tiene “derecho” a decir lo que quiera impunemente. Por el contrario, creo que al hacer público nuestro pensamiento estamos, de un modo u otro, invitando a nuestros interlocutores a poner a prueba nuestras afirmaciones.
De este modo, la discusión se convierte en una buena ocasión para cotejar nuestros pensamientos con los de nuestros adversarios circunstanciales con el fin de asegurarnos, en primer lugar, de no estar diciendo una burrada, o adoptando un posicionamiento sesgado o limitado.
Ninguno de nuestros argumentos es definitivo. Todos ellos pueden ser mejorados y subsanados de un modo u otro. Incluso cuando nos acompaña la razón, es evidente que una buena discusión puede ayudarnos a refinar nuestra aprehensión de las cosas, o dar mayor peso a aspectos de la cuestión que hemos desatendido.
Esto implica que adoptamos a priori una peculiar noción de verdad. Si creemos que nuestras opiniones pueden ser mejoradas, aceptamos que no todas las afirmaciones que hacemos sobre los hechos tienen el mismo valor. O lo que es lo mismo, que estamos dispuestos a reconocer que de las discusiones podemos salir con una mejor comprensión de las cosas.
Este último punto es importante, en primer lugar, porque nos impone una “ética” de la discusión que resulta irrenunciable si queremos mantener el encuentro con los otros en el límite de la discusión sin pasar al insulto, si queremos hacer de nuestro encuentro con los otros una ocasión virtuosa y no una oportunidad manipuladora con el fin de sacar provecho de nuestra argumentación retórica.
Discutir, nos dice el diccionario de la Real Academia Española en su primera acepción, ocurre cuando dos o más personas examinan atenta y particularmente una materia. Eso implica, por lo tanto, que a la hora de discutir debemos prestar atención, primero, al objeto examinado, intentando ceñirnos al mismo para que el debate no se transforme en una batiburrillo de afirmaciones desarticuladas en las que es imposible alcanzar algún tipo de conclusión.
Discutimos para llegar a una conclusión. Es cierto que no siempre llegamos a una conclusión definitiva cuando participamos en esta práctica humana tan importante, pero si hemos sido virtuosos, es decir, si hemos sido atentos y honestos, dicha participación nos ofrecerá, como mínimo, alguna ganancia epistémica negativa. Podremos reconocer, por ejemplo, argumentos equivocados o limitados a los que nos adheríamos, mejorando nuestra posición inicial en nuestras futuras discusiones. De este modo, es posible afilar y fundamentar nuestros posicionamientos respecto a las variadas materias de nuestro interés.
Muy diferente es cuando en la discusión reina el desorden y los participantes intervienen en el mismo con el único propósito de reafirmarse arbitraria y tozudamente en sus posiciones. Lo que se evidencia en estas ocasiones es que no hay manera de llegar a conclusión común alguna y que el ejercicio sólo sirve para descalificar personalmente a los contrincantes como si se tratara de una contienda y no una práctica humana de entendimiento.
Discutimos para conocer la verdad. Como dijimos antes, esa verdad es inconquistable de manera absoluta, pero la reflexión bien meditada y la honestidad intelectual puede ayudarnos a tener un vislumbre de la misma.
Por lo tanto, reitero. Para practicar la discusión es necesario:
1.Determinar la materia sobre la cual discutimos
2.Ceñirnos concienzudamente al objeto elegido
3.Estar dispuesto a poner a prueba, generosamente, nuestros argumentos (Es decir, no aferrarse a los mismo de manera partidista)
4.Todo ello con el fin implícito de llegar a una conclusión al respecto.
Lo más contrario al ejercicio de la discusión es «hablar por hablar». En la discusión lo que buscamos no es otra cosa que la verdad. La verdad exige un alto grado de virtud: generosidad, paciencia, disciplina, entusiasmo, atención y veracidad.