Mátalos suavemente

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El diario La Nación publica en su edición de hoy un artículo de Andrés Hatum, profesor en la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella titulado: «Argentina S.A., los primeros 100 días de su CEO» (refiriéndose a Mauricio Macri, el presidente de los argentinos). El título no es inocente, por supuesto. Está en línea con la «revolución cultural» que propone Cambiemos, cuyo objetivo principal es despolitizar el escenario en disputa: una sociedad despolitizada es una sociedad obediente.

Prácticamente la totalidad de los Ministerios y otros altos departamentos están ocupados por altos ejecutivos de importantes multinacionales (Techint, HBSC, Monsanto, Shell, LAN, etc.). La escenografía que se publicita emula la que habitan las élites corporativas: abunda la trasparencia, regresan los «equipos» a reunirse en gabinete. Los elementos discursivos que componen el acervo macrista están disociados de cualquier referencia política: la hipotética eficiencia y el carácter lúdico de los encuentros entre administradores es la nota característica. La utilización de eufemismos sienta bien a los «Cardenal Newman Boys» y sus allegados.
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El problema de fondo es que la lógica corporativa se da de bruces con la lógica democrática. El talante dialoguista y el espíritu de grupo que impera entre las élites se combina con el decisionismo brutal de los grandes ejecutivos a los que no se le opone norma alguna.
En estos círculos, la transgresión es festejada como muestra de testosterona y creatividad. Las antiguas herramientas que aseguran precariamente el equilibrio de poderes son pisoteadas en nombre de relaciones y negocios.
Los ciudadanos, como los accionistas de poca monta, son ninguneados. En el mundo corporativo, una persona no vale un voto. La estructura es jerárquica y piramidal. Se sugiere, pero no se vota.
El igualitarismo en estos círculos es el obstáculo a vencer. Para ello se utilizará la coerción (la gestión de la protesta social, la represión), pero más importante: la manipulación mediática que permite la transferencia de la soberanía a quienes conducen «con mano de hierro» la opinión pública.
El «círculo rojo», tantas veces mentado durante la campaña (Macri lo exaltó en reiteradas ocasiones), habla la lógica de los grandes accionistas.
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Un ejemplo de esta lógica del «círculo rojo» lo encontramos, otra vez, en La Nación de hoy.
El periodista José Krettaz titula su nota: «Un paso previo al principal objetivo: desactivar el conflicto con los medios».
Sin pelos en la lengua, nos informa que la aseveración del Ministro de Comunicaciones, Oscar Aguad, de que la intervención de la Afsca y la Aftic no implica por el momento que se tocará la Ley de Medios, es sólo una estratagema circunstancial. Dice Krettaz: «pronto lo será». Y explica que el gobierno de Macri tiene planes.
Esos planes consisten en unificar la ley de Medios y Tecnología con el propósito de hacer más efectiva la conectividad. Desactivar el conflicto con los medios conlleva, por lo tanto, suspender una ley que les perjudica, aun cuando el pueblo argentino la votó a través de sus representantes, pese que haya sido la ley más consensuada, consultada y refrendada por la sociedad civil de toda la historia de nuestra democracia, pese a que la propia Corte Suprema de Justicia ratificó su constitucionalidad.
El precio que hay que pagar para tener a los medios a favor es la propia democracia.
A esta altura no parece una exageración decir que son los grandes conglomerados mediáticos los que nos gobiernan, junto con el entramado corporativo al que dichos medios están asociados.
Todo esto apunta a dejar sin efecto las particiones a las que debía someterse el Grupo Clarín para limitar su presencia dominante e incluso monopólica en algunos lugares de nuestra geografía. Es decir, Macri trabaja para unificar otra vez el negocio.
En este sentido, nos dice Krettaz: «el gobierno de Macri está logrando un alto y llamativo consenso entre las empresas involucradas». Y agrega cínicamente que esto es sorprendente (es decir, un gran logro de Macri) si se piensa en el conflicto del cual venimos con el anterior gobierno.
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Mientras leía el artículo recordé algunas escenas de la película «Mátalos suavemente», dirigida por Andrew Dominik y protagonizada por Brad Pitt. La película no tiene desperdicio, y las asociaciones tangenciales con la realidad política argentina son numerosas y sorprendentes.
El personaje central (Brad Pitt) es Jackie Cogan, un sicario contratado por la mafia para deshacerse de un par de delincuentes que se han quedado con su dinero. Tipos de poca monta que han cometido el error de asaltar una partida ilegal de Póker en la cual la mafia tenía participación.
Lo interesante de la película (la cual recomiendo especialmente) es que, entre las imágenes bizarras de los bajos fondos y la delincuencia, entre asesinatos despiadados y absurdas conversaciones sobre lealtades y códigos morales entre asesinos a sueldo, se escuchan los discursos de Barack Obama y George W. Bush emitidos a través de radios y televisores.
De hecho, la película comienza con el famoso discurso de campaña de Obama conocido como el «Yes, we can». A lo largo del film se escucha a George W. Bush hablando de la necesidad de generar confianza. O el famoso discurso en el cual exige al congreso un paquete de medidas para salvar a los bancos. Y finalmente, los discursos de Obama llamando a la unidad y el espíritu de los estadounidenses.
En este contexto, la retórica política de unidad, igualdad, democracia y libertad contrasta con el mundo de miseria y violencia que reina en las calles de un país saqueado por políticas regresivas, inversión sostenida al entramado industrial militar, la crisis económica y la cuantiosa transferencia de capital de las arcas públicas hacia el sector privado que supuso el plan de salvamento del sistema financiero.
Como señala el filósofo político Sheldon Wolin en Democracia S.A. (Editorial Katz), los Estados Unidos se han convertido, como mucho, en una «democracia dirigida» en la que el pueblo norteamericano ya no es soberano, sino que es sometido a una concertada manipulación mediática. De acuerdo con Wolin, en los Estados Unidos el poder corporativo no responde ya a los controles del Estado.
De manera oscura, el espectador comprende que los intereses mafiosos y políticos están estrechamente vinculados, que la retórica de los asesinos es la imagen invertida en el espejo que refleja el cinismo de los CEO-políticos.
Al final, el sicario Jackie Cogan sentencia: «Estados Unidos no es una Nación. Es sólo un negocio. Estamos todos solos».
En la Argentina del cambio que una mayoría estrecha votó en las últimas elecciones, oscuros vasos comunicantes se vislumbran entre las élites corporativas, los nuevos CEOs de la política local, los «equipos» de trabajo que representan a las grandes multinacionales en los ministerios y los bajos fondos.
Quizá Argentina, como apunta Andrés Hatum, está abandonando su truncado anhelo de convertirse en una nación democrática y republicana para devenir eso que Jackie Cogan señalaba: sólo una oportunidad de negocios. Si es así, estamos todos sólo, cada uno a la intemperie de la barbarie que instituyen los poderosos.