Sobre herencia, utopías y la corrupción de la política
Hay momentos en los que es imprescindible una reflexión crítica para avanzar en nuestros proyectos políticos.
En este contexto, una reflexión crítica tiene dos aspectos. Por un lado, es un llamado a revisar nuestras “visiones del bien”: ¿cuáles son nuestros horizontes de sentido, nuestros ideales, nuestras utopías? ¿Qué nos moviliza? Es decir, tenemos que dejar a un lado los eslóganes y volver a decidir.
Debemos hacerlo sin complejos, rearticulando nuestra voluntad para devolverle a nuestra acción política el erotismo sin el cual resulta estéril, impotente.
Eso significa que no basta con la crítica a nuestros contrincantes políticos, ni con la denuncia de sus proyectos de país, ni con el listado de las ofensas acumuladas y atroces consecuencias de sus propuestas políticas. No se recuperar el poder regateándole al demonio sus perversidades. Necesitamos volver a creer.
Y eso significa que debemos dejar descansar a las banderas (nuestras banderas), y volver a preguntarnos quiénes somos. ¿Quién soy yo? ¿Quiénes somos “nosotros”? La pregunta no es fácil. En momentos de crisis se convierte en un interrogante que no se resuelve con un nombre, con una sigla, con una adscripción partidaria. Hay que volver al pasado, a la memoria, y recoger la herencia sedimentada, las capas geológicas que el presente esconde, para redescubrir desde dónde fuimos arrojados al presente y que hemos perdido en la caída.
Pero, también, hay que mirar al futuro, y volver a “promulgar” nuestra promesa. La promesa es el nombre de ese ideal, de esa utopía a la que dedicaremos incansablemente nuestros esfuerzos. La promesa son las visiones del bien a las que nos entregamos y que guían nuestra construcción identitaria.
Porque si algo debemos reconocer es que las banderas de a poco se vacían de contenido, pierden su sentido último, se convierten exclusivamente en distintivos entre individuos cuyo único objetivo es ganar a cualquier costo.
La corrupción de la política no son los bolsos de López o las cuentas en los paraísos fiscales. La corrupción de la política es una política al servicio de la corrupción, al servicio de la promoción personal de quienes pretenden representar la política.
Sobre leyes y legisladores
El otro tema sobre el cual vale la pena reflexionar es, como dice el título de este artículo, la paradoja que subyace a la política. ¿En qué consiste esta paradoja? Bonnie Honig lo plantea de este modo:
La paradoja indisoluble de la política, que tematiza la preocupación de que los buenos ciudadanos presuponen buenas leyes (que los modelen), pero que las buenas leyes presuponen a su vez buenos ciudadanos (para hacer buenas leyes), muestra una importante verdad de la teoría y la práctica democrática: El pueblo, el llamado centro de la teoría y la práctica democrática, está siempre habitado por la multitud, su doble salvaje e ingobernable. Y la ley, que los teóricos liberales miran como recurso en sus esfuerzos para privilegiar al pueblo por sobre la multitud, es en sí misma indecidible… como el propio legislador… que puede convertirse finalmente en un charlatán. Al final, no es el legislador, sino el pueblo/multitud con su decisión la que determina su propio destino…
En este sentido, la paradoja de la política no es la paradoja acerca del origen de la política, sino el problema de la práctica política cotidiana en la que los ciudadanos y sujetos intentan distinguir entre la voluntad general del “Nosotros” y la voluntad de cada uno de todos, sin saber muy bien si estamos en lo correcto, o nos estamos dejando engañar.